Conducta antisocial, anomia y alienación en adolescentes mexicanos Comportement antisocial, anomie et aliénation chez des adolescents mexicains
L'objectif de cette recherche est d'analyser les différences dans les variables du comportement antisocial et délictuel, de l'anomie et de l'aliénation, entre des enfants placés dans une école sociale, ceux qui vont au lycée, et ceux qui sont déscolarisés et sans travail. 431 adolescents, âgés de 14 à 18 ans, ont participé à l'enquête, parmi lesquels 101 sont des délinquants placés dans un centre d'adaptation, 89 sortis du système éducatif et laboral depuis un an au moment de l'enquête et 241 lycéens, situés dans une zone à haut risque. Les résultats montrent que ceux qui affichent les scores les plus élevés sont ceux concernés par les délits et qui manifestent une grande indifférence ; les points les plus bas ont été obtenus par les étudiants.Différencier les groupes nous permettra de déterminer les variables associées à ce profil pour orienter, de façon adéquate, les actions d'intervention.
El objetivo de la investigación fue analizar las diferencias en las variables en cuanto a conducta antisocial y delictiva, anomia y alienación entre menores internados en una escuela de educación social, los que asisten a preparatorias, y los no escolarizados y sin trabajo. Participaron 431 adolescentes varones de 14 a 18 años de edad, de los cuales, 101 son infractores recluidos en un centro de adaptación, 89 adolescentes fuera del sistema educativo y laboral, desde al menos un año, previo al momento del levantamiento de los datos y 241 estudiantes de bachillerato, ubicada en una zona de alto riesgo. Los resultados, evidencian que los adolescentes infractores, puntuaron más alto en la sub-escala desafiante, en la delictiva y en la dimensión de indiferencia, los puntajes más bajos se obtuvieron en la muestra de estudiantes. Diferenciar a los grupos permitirá determinar qué variables están asociadas con dicho perfil para orientar adecuadamente las acciones de intervención.
Introducción
La adolescencia entendida como una etapa de transición entre la infancia y la adultez implica cambios físicos, cognitivos y psicosociales importantes. En esta etapa, los jóvenes son capaces de pensar en términos abstractos e hipotéticos, afrontan su principal tarea que es la de alcanzar una identidad estable y, debido a los eventos hormonales de la pubertad, cambian su figura corporal (Papalia, Wendkos, & Duskin, 2004).
Esta etapa del ciclo vital oscila entre los 11 y los 22 años (Aguirre, 1994), en el cual, los adolescentes experimentan diversos cambios, demandas, conflictos, riesgos y oportunidades que, si bien en la mayoría de los casos conducirán a una transición satisfactoria y productiva hacia la adultez, un porcentaje importante puede desarrollar problemas psicológicos y conductuales que modifiquen sus vidas y las vidas de las personas que le rodean (Arnett, 2008).
Estas conductas se agrupan bajo la etiqueta de conductas antisociales y son considerados problemas clásicos y vigentes que preocupan a la sociedad y a la comunidad científica, por sus manifestaciones cada vez más frecuentes (Frías, López, & Díaz, 2003) y por las consecuencias individuales, sociales y económicas hacia la población (López & Rodríguez, 2012).
Como consecuencias individuales se menciona el tránsito sin éxito en los centros de educación formal. Los adolescentes son estigmatizados, rechazados y excluidos por la sociedad (Sanabria y Uribe, 2009). Además, la participación de un porcentaje elevado de adolescentes en acciones antisociales y delictivas significa una amenaza para el desarrollo humano, el crecimiento económico, la seguridad y la calidad de vida de una nación (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2003).
Las instituciones de control y formación social impulsan el desarrollo de investigaciones que permitan entender, atender y en el mejor de los casos impedir el desarrollo de estas conductas. Sin embargo, estos esfuerzos se llevan a cabo fundamentalmente en los países desarrollados, a pesar de que este problema experimenta un crecimiento que preocupa en los países en vías de desarrollo, como es el caso de Latinoamérica (Frías, López, y Díaz, 2003; Formiga, 2012a).
En México, las conductas antisociales y en especial la delictiva, se registran por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía ([INEGI], el cual en 2010, contabilizó a 13.517 jóvenes de 18 a 19 años de edad que fueron procesados en los juzgados de primera instancia del fuero común (sin tomar en cuenta el fuero federal ni a menores de 18 años); de éstos, 10.640 fueron sentenciados. Los delitos más comunes fueron: robo (8.239), abuso sexual (3.265), despojo (3.121), robo de vehículo (3.034), allanamiento de domicilio (2.026) golpes y lesiones (1.759), secuestro (803), homicidio (464) y violación (285). Para el Estado de Sonora, en este mismo año se registró a 706 jóvenes sentenciados de 18 a 19 años de edad que presentaron conductas delictivas. Los delitos de robo (458), homicidio (25) y violación (11) fueron los más frecuentes.
En Sonora, en los últimos cinco años, se puede ver cómo existe un incremento en el número de delitos cometidos por adolescentes y jóvenes (de 12 a 20 años de edad). En 2011 se registraron un mayor número de delitos. La mayor incidencia entre los adolescentes, a quienes se les sigue proceso por alguna conducta tipificada como delito, se encuentra entre los 16 y 17 años de edad (Ver gráfica 1).
Grafica 1. Tendencias de conductas delictivas en menores de Sonora. Elaboración propia con base en los datos del Anuario Estadístico 2008-2012 del Poder Judicial del Estado de Sonora.
Cabe señalar que la estadística oficial no siempre refleja la magnitud del problema real, puesto que no contabiliza a los menores que son denunciados y entregados a sus padres después de recibir una amonestación. Así se habla de una “cifra negra” de jóvenes infractores, la cual va entre el 15% y el 30% de la población juvenil (Frías, López, y Díaz, 2003).
Actualmente existe una multiplicidad de términos para referirse a la conducta antisocial, por ejemplo, conducta exagerada, destructiva, problema, disruptiva, desafiante, trastorno disocial o delincuencia, lo cual refleja las distintas formas de manifestación. Sin embargo, estos términos tienen algo en común; describen conductas opuestas a las reglas básicas de convivencia porque violan las normas sociales y los derechos de los demás (Bringas, Herrero, Cuesta, & Rodríguez, 2006).
Loeber y Hay (1997) proponen la diferenciación entre comportamientos antisociales abiertos y encubiertos. Los comportamientos abiertos revelan una situación emocional negativa por ejemplo, discutir, pegar, gritar, hacer berrinches. Por el contrario, los comportamientos encubiertos son acciones ejecutadas fuera de la vigilancia de los adultos, tales como consumir drogas y alcohol, robar y el vandalismo.
Por su parte, Formiga (2003) refiere que las conductas de los sujetos que son opuestas a la norma o que difieren de las leyes establecidas por las autoridades de un espacio geográfico determinado, son conductas bastante variadas. Sin embargo, es posible agruparlas en: conductas antisociales y conductas delictivas. Las conductas antisociales, son conductas que rompen las normas establecidas por la sociedad, tales como normas relacionadas con la limpieza y con el respeto en el proceso de socialización. Estas conductas generan molestia a los miembros de una comunidad, desafían el orden social o las normas sociales y son, en su gran mayoría, consideradas como simples “travesuras”.
Por otro lado, las conductas delictivas son merecedoras de un castigo por parte del Estado, son capaces de causar graves daños físicos o morales; es decir, son aquellas conductas que, dentro del código penal de un país o un Estado determinado, son sancionadas por sus consecuencias directas a la sociedad y porque representan una amenaza eminente al orden social vigente (Formiga, 2003). No se trata pues de un constructo psicológico, sino de una categoría jurídico-legal (Morales, 2008).
Existen múltiples factores de riesgo vinculados con el incremento y la realización de las conductas antisociales y/o delictivas en los adolescentes y jóvenes. Estas son generalmente variables, biológicas, psicológicas y socioeconómicas (Valdenebro, 2005). Además, los factores funcionan de manera interdependientes entre sí, e incluso al mismo tiempo. Cuanto más factores de riesgo, mayor posibilidad de producir conducta antisocial (Bringas, et al, 2006).
Sanabria y Uribe (2009) llevaron a cabo un estudio sobre los factores de riesgo asociados con la conducta antisocial en dos grupos de adolescentes colombianos (infractores vs no infractores) y encontraron que los menores infractores presentan una menor frecuencia de conductas antisociales y delictivas, en comparación con los adolescentes no infractores que asisten a una institución pública. Además, son los adolescentes que están por entrar a la edad adulta quienes más reportaron estos tipos de conductas. Cabe señalar que este resultado contradice todas las hipótesis sobre los estudios comparativos. Por ello, los autores concluyen que ambos grupos de adolescentes se encuentran inmersos en proporciones similares al maltrato social, consumo de alcohol, siendo éstos los factores que más constituyen una situación de riesgo.
Frías, López y Díaz (2003) desarrollaron un estudio con el objetivo de modelar, mediante ecuaciones estructurales, el esquema de la teoría ecológica, como marco explicativo de la génesis y mantenimiento de la conducta antisocial en jóvenes mexicanos que cursaban la educación secundaria o preparatoria, y encontraron que los factores que mejor determinan la conducta antisocial son: los ambientes inseguros de la colonia, la escuela y la casa. Además del abuso de los padres, consumo de alcohol de la madre y la violencia paterna.
Por su parte, Formiga enfatiza (2012a; 2012b; 2012c) que el problema se debe a una ruptura, descrédito y disolución del poder disciplinario y promesa del Estado respecto a la calidad de vida social y económica. Es decir, la manifestación de la conducta antisocial y delictiva entre jóvenes, principalmente entre aquellos sin historia de delincuencia en la época actual, se debe a un cambio cultural y normativo perfilandose hacia un aumento del individualismo (Formiga & Diniz, 2010). Con este esquema de pensamiento, se ha encontrado en jóvenes brasileños que existe una asociación causal positiva entre el sentimiento anómico, la anomia social y las conductas antisociales.
Esto sucede porque en las sociedades latinoamericanas y en México específicamente, el proceso de modernización no ha sido lineal y homogéneo. Así, una cuestión crucial a tomar en cuenta es que no todos los grupos sociales tienen los elementos materiales, de tiempo, de infraestructura, de capacitación para desarrollar su autonomía (Girola, 2005). Por ejemplo, los jóvenes de sectores populares que intentan conjurar la indeterminación de su posición social, elegir y decidir, pero sin contar con la preparación y las relaciones de sus coetáneos privilegiados, están siempre expuestos a los riesgos y desprotección. Así, para muchos jóvenes se vuelve más fácil transgredir para alcanzar la satisfacción personal, que ser un trabajador constante y honesto; la banda o la pandilla puede ser el único referente normativo (Girola, 2005).
Este tipo de individualismo que tiene como norma de conducta el dicho de que el sujeto es el único responsable de su vida y su bienestar, pero sin contar con los recursos o apoyo social, la búsqueda de satisfacción personal sería alcanzada, en la mayoría de las veces, a través de la conducta divergente, evidenciando así, un estado de anomia (Formiga, 2012c; Merton, 1980).
Desde finales del siglo XIX, Durkheim (1967), sociólogo francés, señaló que la anomia está vinculada a un proceso acelerado e incontrolado de cambio social y tecnológico que experimenta una sociedad, afectándose sus estructuras. En consecuencia, los individuos pierden el enraizamiento al tejido social que permite generar lazos y vínculos de solidaridad.
Durkheim (1897), alude que la anomia no sólo se refiere a una situación de transición social en donde existe falta de normas, sino también a la incapacidad de la sociedad de fijar límites claros que regule el comportamiento de los sujetos y, en caso de que se vulnere el orden convencional establecido, a la incapacidad de sancionar la transgresión.
Por su parte, Merton, reconfigura el concepto para analizar la cultura estadounidense (1980), refiriéndose con ello a una fractura de la estructura cultural, resultado de una divergencia entre las normas y los objetivos culturales y las capacidades socialmente estructuradas de los sujetos, para obrar de acuerdo con la norma. Así, cuando los miembros de una sociedad ponderan en demasía los objetivos específicos, sin importancia proporcional de los procedimientos institucionales, se producen distintas conductas adaptativas a tal situación, entre ellas las conductas divergentes (Merton, 1938/1980).
De esta forma, las conductas desviadas aparecen como respuesta a las presiones sociales, cuando el sistema de valores culturales fija metas de éxito comunes para toda la población, mientras que las estructuras sociales bloquean el acceso a las formas aprobadas de alcanzarlas para una buena parte de la población. Así, Merton (1938/1980) identifica cinco formas de adaptación a esta situación, las cuales constituyen las posibilidades de comportamiento que poseen los individuos insertos en un sistema social. Estas son: el conformismo, la innovación, el ritualismo, el retraimiento y la rebelión.
En el caso de México, se resalta la coexistencia de diversos códigos normativo-valorativos, y la ambigüedad constante para su aplicación, las cuales dan como resultado que tanto la validez como la legitimidad normativa se vean comprometidas. La transgresión frecuente y la cultura del "como si", con sus correlatos de disimulo y simulacro prevalecientes en la sociedad mexicana es una manera de enfrentar las condiciones de desigualdad y una respuesta a la contraposición de los órdenes normativos-valorativos (Girola, 2005).
Hasta este punto se puede resumir que, desde la perspectiva sociológica, la anomia se refiere a un estado de la sociedad. No obstante, la utilidad del concepto para comprender diferentes formas de conducta divergente, se amplió hasta referirse a un estado de los sujetos. Esta noción psicológica de anomia fue formulada inicialmente por MacIver (1950), citado en Mertón (1980) como un estado de ánimo en el que está roto o debilitado el sentido de cohesión social del individuo.
Srole (1956), define la anomia en términos psicológicos como un sentimiento de desesperación e impotencia que acompaña al sujeto, debido a la inaccesibilidad de los medios socialmente prescritos para lograr las metas sociales. El gran aporte de este autor está en el sentido de que construyó una escala, con cinco preguntas, donde el sujeto puede contestar y después determinar su nivel de anomia.
Por su parte, McClosky y Schaar (1965) sostienen que la anomia es el resultado de una falta de socialización y de los medios por los cuales se logra la socialización, a saber de la comunicación, la interacción y el aprendizaje. Este proceso es afectado por aspectos psicológicos y por ende, debe de ser estudiado tomando en cuenta estos aspectos. Los autores describen a la anomia psicológica como estado de ánimo, un conjunto de actitudes, creencias y sentimientos de que el mundo y el sujeto están en la deriva, vagando, sin reglas claras ni estables.
La postura de McClosky y Schaar (1965) es interesante porque muestra cómo dentro de la misma sociedad, algunas personas son altamente resistentes a la anomia, mientras que otras son altamente vulnerables, y esta susceptibilidad está determinada por factores de personalidad, independientemente del estado de la sociedad o de la posición que la persona ocupa en la sociedad.
Una propuesta psicosocial fue desarrollado por Li, Atteslander, Tanur, & Wang, (1999) donde exponen que, a través de la anomia, se puede estudiar los aspectos de insatisfacción que se expresan en las actitudes, opiniones, percepciones y comportamientos éticos morales de los sujetos, con respecto a la organización social, política e individual. Los sujetos pueden expresar descontento, desconfianza y pesimismo sobre el sistema social, político, económico y cultural, y dan cuenta con ello, de la inestabilidad social de una sociedad en particular.
Es decir, para Atteslander (2007), la anomia tiene que ser estudiada como un estado de las estructuras socio-económicas que se caracterizan por un cambio estructural fulminante, donde los procesos sociales pierden fuerza. Por lo que la desintegración entre la estructura social y cultural se acentúa. Este estado de anomia está asociado con grandes dificultades de adaptación individual; una pérdida de la orientación general de la sociedad, el desarrollo de sentimientos de inseguridad y marginación, expectativas incontroladas y el cuestionamiento de la legitimidad de los valores fundamentales.
Por otra parte, la alienación, ha sido conceptualizada de diferentes formas a partir de la comprensión de los procesos de integración social. Algunos autores enfatizan en aquellas condiciones sociales que generan individuos alienados. Otros la definen con relación a como los individuos perciben su entorno social (Venegas, 2007). El concepto tiene un origen marxista que alude a una perturbación de los individuos, generada a partir de la división del trabajo y el aumento de la propiedad privada (León, 2002).
Seeman (1975) refiere uno de los conceptos más aceptados sobre la alienación en la actualidad y lo enmarca como un fenómeno multidimensional, compuesto por cinco dimensiones:
-
Sentimiento de impotencia. Se refiere a la aflicción de no tener control sobre los resultados de la actividad de los individuos.
-
Ausencia de significación. Se refiere a la incomprensión del individuo de los significados de los actos y acontecimientos en los que está comprometido.
-
Ausencia de normas. Incapacidad de poner en acción los medios aprobados socialmente para realizar sus fines.
-
Aislamiento. Sentimiento de soledad, de abandono y, al mismo tiempo, una situación en la que se le asigna escaso valor a los objetivos y valores que son centrales en una sociedad dada.
-
Auto-extrañamiento. Incapacidad de encontrar un auto-recompensa en las actividades que se realiza, es decir, grado de dependencia del comportamiento en relación con recompensas futuras que se pueden anticipar.
A partir de lo precedente, hoy en día nadie duda de la necesidad y hasta de la urgencia de abordar en profundidad el tema adolescente porque además de constituir un tramo fundamental del ciclo vital, plantea diversas problemáticas de cuya resolución dependen programas educativos, culturales y de inclusión social, puesto que más allá de todos los adjetivos que se les adjudique son fundamentales para la conformación de un país o región desarrolladas (Aguirre, 1994).
En síntesis, el estudio de la adolescencia, específicamente de su percepción acerca de las normas sociales y, en general, de su entorno social puede revelar un estado de anomia y alienación. Las nociones de anomia, alienación y conducta antisocial dan cuenta del grado de integración social de los sujetos con respecto a su sociedad. Se trata de percepciones tanto de condiciones propias de la vida social así como la visión subjetiva acerca de ellas (Aceituno et al., 2009). En este sentido, el objetivo de investigación fue analizar las diferencias en las variables conducta antisocial y delictiva, anomia y alienación entre menores internados en una escuela de educación social, los que asisten a preparatorias, y no escolarizados y sin trabajo.
Método
Participantes
La muestra sobre la que se llevó a cabo esta investigación estuvo formada por tres tipos de adolescentes y fueron seleccionados mediante un muestreo no probabilístico por cuotas:
a) adolescentes infractores. Se constituyó de 101 adolescentes varones infractores de 14 a 18 años de edad, quienes han incurrido y cometido una conducta tipificada en las leyes y que se encontraban recluidos en el Instituto de Tratamiento y de Aplicación de Medidas para Adolescentes La “Granja”, ubicada en Hermosillo, Sonora. Tienen un promedio de edad de 15.78 años.
b) adolescentes que no trabajan y no estudian (NENT). 89 adolescentes fuera del sistema educativo y laboral desde al menos un año previo al momento del levantamiento de los datos. Los adolescentes fueron del distrito Solidaridad de Hermosillo Sonora, ubicado entre los cinco primeros lugares con problemas de seguridad pública como alteración al orden público (disturbios, delitos, alcohol y drogas), robos (habitacional, vehicular, interpersonal y locales) y violencia intrafamiliar (Instituto Municipal de Planeación Urbana de Hermosillo [IMPLAN], 2011). Tienen un rango de edad de 14 a 18 años, y una media de 17.29 años.
c) adolescentes escolares. 241 adolescentes escolares de 14 a 18 y un promedio de edad de 17.08 años, del Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica Hermosillo 1 (CONALEP Hermosillo 1), escuela ubicada en una zona de alto riesgo y cuyos estudiantes poseen un capital cultural bajo. Así, en este estudio se excluyeron los estudiantes de escuelas privadas, estudiantes de bachillerato de otras modalidades educativas y las adolescentes.
Instrumentos
Hoja de identificación. La hoja de identificación contiene preguntas personales y socioeconómicas, tales como: edad, tipo de joven.
Conducta antisocial y delictiva (A-D).Se utilizó el instrumento de Conductas Antisociales y Delictivas [A-D] de Seisdedos (1998) elaborado para población española y validada para jóvenes de Bachillerato del Noroeste de México (Vera, Camino, Formiga, Yáñez, & Bautista, 2013). El propósito del instrumento es detectar el potencial de conductas antisociales y delictivas con fines primariamente de prevención en adolescentes escolares. Consta de 40 reactivos que miden la frecuencia con que el joven ha realizado la conducta que especifica el reactivo. Los reactivos se contestan a través de una escala tipo Likert, cuyos valores van de 0 = nunca he cometido tal conducta a 9 = siempre he cometido esta conducta.
Vera et al. (2013) reportaron dos factores que explican el 52.76% de la varianza: a) Conducta delictiva, vinculada a comportamientos que infringen las leyes de una sociedad, incluye 24 reactivos, con una puntuación alfa de .96 y b) Conducta desafiante que aunque sus reactivos no expresan delitos, sí comportamientos que desafían el orden social. Incluye 16 reactivos con alfa de Cronbach de 89.
Anomia social.Se utilizó el instrumento validado por Vera et al. (2013) en una muestra de adolescentes estudiantes de Hermosillo, Sonora. Esta escala se derivó del instrumento de inestabilidad social creado por Li et al. (1999) para conocer el cómo las personas perciben los eventos sociales. En su versión original, está compuesto por 32 ítems en formato Likert de 0 = Muy en desacuerdo a 5 = Totalmente de acuerdo.
Después de la validación por constructoy a través del método de extracción de componentes principales y rotación varimax, se obtuvo un índice de K.M.O. de 0.85 y una prueba de esfericidad de Bartlett significativa (*p= 0.05). Se mantuvieron 22 reactivos agrupados en tres dimensiones que acumulan el 40.98% de la varianza (Vera et al., 2013)
El primer factor se denominó desconfianza. Se define como el grado de desconfianza que tienen los sujetos en la vida política, económica y social. Consta de seis reactivos los cuales aportan el 16.78% de la varianza. El segundo, descontento, se refiere al sistema de conciencia individual y de la situación a la que el individuo pertenece. Incluye seis reactivos, los cuales aportan el 13.1% de varianza explicada. Y el tercero pesimismo, que evalúa la movilidad social y la apertura de oportunidades en la estructura social basada en el pasado y en términos de futuro. Incluye cuatro reactivos y aportan el 10.92% de varianza explicada. A efectos de comprobar fiabilidad, se calcularon los coeficientes Alpha de Cronbach para cada una de las dimensiones y se reportó un valor de .83 para la desconfianza, .80 para descontento y .87 para pesimismo.
Escala de Alienación. Se utilizó el instrumento validado por Vera et al. (2013) en una muestra de jóvenes de Bachillerato de Hermosillo, Sonora, la cual evalúa la falla del proceso de internalización o socialización en donde al individuo, el mundo social le parece ajeno o extraño. Esta escala se derivó de una combinación de las escalas de alienación de Mau (1992) y Lacourse, Villeneuve y Claes (2003) y constaba de 31 reactivos con opciones de respuesta de 0 = Totalmente en desacuerdo a 5 = totalmente de acuerdo. Después de la validación por constructo a través del método de extracción de componentes principales y rotación varimax, Vera et al., (2013) reportaron 25 reactivos agrupados en cuatro dimensiones que a continuación se detallan:
-
auto-estrañamiento que se refiere al grado de dependencia del comportamiento en relación con recompensas futuras. Incluye nueve reactivos con que aportan el 11.72% de variabilidad y un valor alfa de Crombach de .83.
-
aislamiento, supone un sentimiento de soledad, de abandono y, al mismo tiempo, una situación en la que se le asigna escaso valor a los objetivos y valores que son centrales en una sociedad. Incluye ocho reactivos que aportan el 10.22% de la varianza y un valor alfa de Crombach de .81.
-
impotencia, la cual se refiere a la aflicción de no tener control sobre los resultados de la actividad de los individuos. Consta de cuatro reactivos con una varianza de 10.18% y con valor alfa de Crombach de .85.
-
ausencia de significación, la cual se refiere a la incomprensión del individuo acerca de la significación de los actos y acontecimientos en los que está comprometido. Agrupa cuatro reactivos que aportan el 9.56% de la varianza y con valor alfa de Crombach de .90.
Procedimiento
Para el grupo de los estudiantes se solicitó la autorización del director de la escuela. Los jóvenes sin oportunidades fueron contactados por medio de la ayuda del H. Ayuntamiento de Hermosillo, mientras que para los jóvenes infractores, se solicitó la autorización legal de la Dirección General del Instituto de Tratamiento y de Aplicación de Medidas para Adolescentes (ITAMA) y de los padres, para el ingreso y la aplicación.
Cada participante recibió instrucciones referentes a la forma de contestar el instrumento y se les describieron algunas consideraciones respecto al objetivo del estudio. El levantamiento de la batería de pruebas, se llevó a cabo en una sola sesión y en grupos. El tiempo estimado para responder el instrumento fue de 15 a 20 minutos; al terminar se verificó que todos los reactivos estuvieran contestados.
Cabe señalar que, para todos los casos, los adolescentes firmaron el consentimiento informado donde se les notificó que su participación era totalmente voluntaria. Se les aseguró el anonimato y confidencialidad de la información que de ellos resultarían. Una vez terminado el trabajo de campo, el procedimiento seguido consistió en la realización de los siguientes pasos: se construyó una matriz de 166 variables X 290 casos en el programa estadístico IBM SPSS 20 para Windows, con el objetivo de capturar, depurar, codificar y sustituir datos perdidos para posteriormente, seguir con el análisis propiamente.
Resultados
De acuerdo con el objetivo propuesto, se planeó el análisis de la información en dos partes. En la primera, se desarrolló un análisis descriptivo de los datos, en el que se incluyeron aspectos para evaluar la calidad de la información y describir la muestra de estudio. Se calcularon, medidas de tendencia central y de dispersión.
La media más alta se obtuvo para la dimensión de pesimismo la cual evalúa la movilidad social y la apertura de oportunidades en la estructura social, tanto en el presente como en el futuro y una valoración de desconfianza hacia la vida política, económica-social y una plena indiferencia hacia su entorno social pues éste no les genera confianza y lo perciben como un lugar lleno de gente que no está dispuesta a ayudarlos, que no los acogen, y quienes incluso en algunos momentos podrían aprovecharse de ellos. A pesar de ello, los adolescentes se manifiestan satisfechos con respecto a la posición que ocupan dentro del sistema y con respecto a temas sociales y económicos más amplios. Es más: tienen altas expectativas o avizoran la posibilidad de obtención de logros individuales (ver tabla 1).
Tabla 1. Análisis de tendencia central y de dispersión de las variables de estudio y sus dimensiones.
Variables |
N=431 | |||||
M |
DE |
Asimetría |
Curtosis |
Min. |
Max. | |
Conducta desafiante |
2.50 |
1.83 |
1.041 |
1.028 |
0 |
9 |
Conducta delictiva |
1.49 |
1.95 |
1.981 |
3.480 |
0 |
9 |
Anomia social |
2.34 |
.83 |
.530 |
.962 |
0 |
5 |
Desconfianza |
2.14 |
1.00 |
.464 |
.090 |
0 |
5 |
Descontento |
1.74 |
.98 |
.511 |
.197 |
0 |
5 |
Pesimismo |
3.13 |
.48 |
-.452 |
.230 |
.13 |
5 |
Alienación |
2.11 |
.51 |
-.266 |
-.016 |
.43 |
3.93 |
Desencanto |
1.88 |
.53 |
.505 |
.363 |
.56 |
3.82 |
Indiferencia |
2.34 |
.89 |
.059 |
-.240 |
0 |
5 |
En la segunda parte, para la contrastación de la hipótesis se realizó un análisis de varianza simple (ANOVA), con las variables implicadas. Se encontró diferencias significativas en la conducta desafiante (F=45.12; p<.001) y delictiva (F=135.17; p<.001)), en la dimensión desconfianza de anomia (F=7.90; p<.001) y en la dimensión de indiferencia de alienación (F=4.48; p<.005) en función del tipo de adolescente. No se encontraron diferencias significativas en descontento, pesimismo y desencanto (Tabla 2).
La prueba de Scheffé para determinar el impacto de los tipos de adolecentes reveló que, tanto en la conducta antisocial como delictiva, los tres grupos se diferencian entre sí, las medias más altas las obtuvieron los infractores mientras que las medias más bajas las obtuvieron los estudiantes. Esto no sucede en la variable desconfianza, pues la media más alta la obtuvieron los estudiantes mientras que las más bajas se reportaron para los infractores. En lo que respecta a la indiferencia, la media más alta fue para los infractores y la más baja para los estudiantes.
Tabla 2 Análisis de varianza de las variables de estudio y el tipo de adolescente
Variables |
Estudiantes |
NENT |
Infractores |
| |||
M |
DE |
M |
DE |
M |
DE |
F | |
Conducta desafiante |
1.94 |
1.50 |
2.55 |
1.29 |
3.78 |
2.25 |
45.12** |
Conducta Delictivo |
.55 |
.85 |
1.74 |
.96 |
3.52 |
2.73 |
135.17** |
Desconfianza |
2.31 |
1.05 |
1.91 |
.86 |
1.94 |
.93 |
7.90** |
Descontento |
1.70 |
.97 |
1.91 |
1.03 |
1.68 |
.95 |
1.77 |
Pesimismo |
3.12 |
.82 |
3.05 |
.84 |
3.21 |
.83 |
.93 |
Desencanto |
1.87 |
.54 |
1.95 |
.49 |
1.81 |
.55 |
1.69 |
Indiferencia |
2.25 |
.94 |
2.34 |
.76 |
2.57 |
.81 |
4.85* |
**p<.001; *p<.05
Discusión y conclusión
Los resultados de la investigación indican que, al menos en estas muestras, los adolescentes parecen tener una valoración negativa de la movilidad social y la apertura de oportunidades en la estructura social, tanto en el presente como en el futuro, una valoración de desconfianza hacia la vida política, económica-social y una plena indiferencia hacia su entorno social pues éste no les genera confianza y lo perciben como un lugar lleno de personas que no están dispuestas a ayudarlos, que no los acogen, y quienes incluso podrían aprovecharse de ellos. Lo anterior podría ser indicio de un gran potencial de inestabilidad social entre los adolescentes. Este potencial continuará y crecerá si el sistema político actual no está dispuesto a actuar y reaccionar adecuadamente (Li, Atteslander, Tanur, & Wang, 1999).
A pesar de ello, los adolescentes se manifiestan satisfechos con respecto a la posición que ocupan en el microsistema social. Es más, tienen altas expectativas o avizoran la posibilidad de obtención de logros individuales. Parece que tienen una valoración positiva al menos del entorno más cercano.
Las comparaciones evidencian varios elementos diferenciales: primero que el valor más alto de diferencia está en la conducta delictiva y en la conducta desafiante lo cual no es una sorpresa sino un resultado esperado. En segundo plano, se puede ver con claridad que en términos de anomia social los grupos presentan los mismos niveles de descontento y pesimismo, encontrándose en un estado de desesperanza en relación con sus metas y lejanía con el sistema social (Girola, 2005).
Además, el joven que vive en el reclusorio se percibe como más alienado que el que está en la escuela pero no así del NENT que percibe la misma condición de vulnerabilidad e impotencia. Ambos grupos enfrentan una situación en la que existe una discrepancia entre los objetivos, propósitos e intereses culturales de su sociedad y las vías legítimas para alcanzarlas, centrándose así, en las expectativas legítimas, ignorando los medios legítimos (Merton, 1938).
Los jóvenes que no trabajan y no estudian se diferencian de los jóvenes infractores recluidos, en términos de su percepción de infractores; pero, el estado psicológico de exclusión y la vulnerabilidad frente a las instituciones, su descrédito y condición alienada los colocan frente a una realidad cercana a la infracción.
En relación con los jóvenes sin oportunidades (NENT), resulta pertinente que el gobierno, mediante la generación de políticas públicas, busque la integración de los jóvenes NENT al sistema educativo o laboral. Estas acciones deben de tener como objetivo el lograr que los jóvenes se sientan con un apoyo por parte de su comunidad. De la misma manera, deben propiciar los elementos materiales, de tiempo, de infraestructura, de capacitación para desarrollar su autonomía (Girola, 2005).
Respecto a los jóvenes estudiantes, los estudiantes de CONALEP se encuentran en riesgo de percibir a las instituciones sociales como ineficientes o sin relevancia para ellos, pues aunque están contentos con la posición que ocupan dentro de la estructura social, manifiestan alto grado de desconfianza y pesimismo sobre las oportunidades sociales para lograr sus objetivos. De ahí la importancia de generar políticas que aborden las creencias de los jóvenes acerca de cómo perciben los parámetros normativos, con el fin de que se ajusten a los mismos y evitar la desvalorización de los intereses sociales. Todo esto con el fin de gestar una inserción en el sector productivo del país, en el cual los futuros técnicos y profesionistas, respeten y valoren las instituciones sociales que transmiten las normas que regulan nuestra sociedad (Li et al, 1999).
Finalmente, se puede decir que los programas públicos de integración dirigidos a los jóvenes, deben formularse con base a un modelo alternativo que establezca un marco de desarrollo humano, el cual promueva en los jóvenes la autonomía en el establecimiento de las metas para una mejora integral, desde la familia hasta las instituciones (Vera et al, 2013).