La gente de la Universal: un retrato sobre la corrupción en la selva urbana The people of the Universal: a portrait on corruption in the urban jungle
La Gente de la Universal (1991) de Felipe Aljure es una comedia negra colombiana que caricaturiza el diario vivir de una ciudad que, como Bogotá, se muestra como una gran selva urbana gobernada por reglas especiales del rebusque. La corrupción es constante en una sociedad caótica, con instituciones políticas y jurídicas débiles, que son usualmente burladas, y en la que se cree que una vez hecha la ley estará hecha la trampa.
O Povo da Universal (1991), de Felipe Aljure, é uma comédia colombiana de humor que caricaturiza o cotidiano de uma cidade que, como Bogotá, é mostrada como uma grande selva urbana governada por regras especiais de trapaça. A corrupção é constante em uma sociedade caótica, com instituições políticas e jurídicas frágeis, que geralmente são ridicularizadas, e na qual se acredita que, uma vez que a lei seja feita, ela será burlada.
“Le peuple de l’Universel” (Felipe Aljure, 1991) est une comédie noire colombienne qui caricature la vie quotidienne d'une ville qui, comme Bogotá, se présente comme une grande jungle urbaine régie par des règles spéciales de récupération. La corruption est constante dans une société chaotique, avec des institutions politiques et juridiques faibles, qui sont généralement ridiculisées, et dans laquelle on pense qu'une fois la loi faite, le piège sera fait.
The People of the Universal (1991) by Felipe Aljure is a Colombian black comedy that caricatures the daily life of a city that, like Bogotá, is shown as a great urban jungle governed by special rules. Corruption is constant in a chaotic society, with weak political and legal institutions, which are usually circumvented, and in which it is believed that once the law is made, it will be cheated.”
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“Por eso le digo.”
“Entre y vea todo lo que hace esta gente…
Para nosotros no hay secreto
que permanezca oculto” (La gente de La Universal, 1991)
1. Introducción
En el corazón de Latinoamérica hay un país único en el que, con frecuencia, suelen escucharse las voces de millones de personas que, pese a su dolor y miedo constantes, se regocijan en medio de festines ensordecedores. Sin importar la indolencia de la dirigencia política gobernante y la avaricia de las élites económicas acartonadas que se han apropiado de buena parte de sus riquezas, esos seres afirman su existencia y dan cuenta de su identidad ante el resto del mundo.
Se hace visible una tierra pródiga de enormes desigualdades, en la que su pueblo se resiste al olvido pese a sus sollozos provenientes de tantas desvergüenzas e infortunios. Colombia es un complejo cosmos en el que se revela el ingenio de gente desmemoriada que se desentiende de su historia y, sin embargo, sobrevive en medio de las condiciones difíciles que se imponen en los campos y ciudades, en las periferias y urbes, en las costas y montañas.
Dos siglos de vida republicana han transcurrido y el pueblo colombiano sigue sin reconocerse como nación. Instituciones poco eficientes, para dar el salto a una sociedad más progresista y equitativa, han sido el resultado de la falta de planeación de autoridades ciegas, mezquinas y provincianas, muchas de ellas obnubiladas por cierto despotismo irresponsable y estúpido que les acecha.
Una de las causas más decisivas para que se dé el desbarajuste es la ausencia de gobernabilidad de una dirigencia desentendida de los males que afligen a lo ancho y largo del territorio nacional. Entretanto, la indisciplina se impone en gente que no se siente vinculada por el sinnúmero de leyes que pululan. El desligue entre legalidad y sociedad se hace visible ante el desentendimiento de la masa, cada vez más profundo, frente a los deberes impuestos desde instancias institucionales que van perdiendo credibilidad.
La Gente de la Universal (1991) es una representación espléndida de la idiosincrasia de un pueblo que goza en medio del desafuero y que, a toda costa, evita llorar por tantas injusticias y desigualdades que pareciera no importarles a quienes detentan poderes como el político y el económico. Demasiado egoísmo yace en una sociedad que padece, pero que también asume como corrientes las diversas prácticas corruptas que se presentan.
La cinta retrata a una gente desentendida de su historia y confundida con pensamientos distorsionados por numerosos espejismos. Hay una sociedad que, paradójicamente, llega a reírse de sus propios males. La película, dirigida por Felipe Aljure, encara al espectador a partir de los miedos, la desconfianza, el egoísmo excesivo y la deslealtad que se hacen visibles en una sociedad en ebullición, bastante decadente en materia moral, y en la que la institucionalidad estatal no merece respeto alguno.
El retrato que Aljure hace de la ciudad de los noventa del siglo pasado no dista de la ciudad actual; sigue siendo un referente actual para reconocer a un país de leyes de papel, fracturado por sus profundas desarmonías, como lo anticipan los registros que hace tempranamente la cámara en movimiento.
Bogotá es la gran urbe que, como otras ciudades latinoamericanas y, pese a ser el centro de los poderes oficiales del estado, se encuentra debilitada por la expansión de la una ley paralela a estatal. Se trata de la conocida ley de la “selva”, un conjunto de reglas paralelas, caóticas, que sujetos no estatales se fijan para definir sus relaciones cotidianas; no dista de lo que sucede en el estado en el que el homo homini lupus, al estilo hobbesiano, lucha por sobrevivir sin contar con un estado (civil) lo suficientemente fuerte para imponerse.
La capital de Colombia es una urbe en la que “cualquier cosa puede pasar”, una ciudad en la que en el día a día nos sorprende por la forma como se desarrollan los hechos que en ella se desatan; un cierto realismo mágico se aloja en una ciudad de numerosos contrastes, entre el festín y lo trágico, pero al fin, una urbe decisivamente macondiana, como son las demás ciudades colombianas.
La deslealtad y la traición presentes, desde la época colonial, configuraron los rasgos de la identidad cultural de un pueblo que prescindió de las prácticas propias de la civitas. En el caso de Bogotá, centro de los poderes institucionales, buscó dar un salto para preciarse como una urbe más “civilizada”, pero no lo logró, además de no poder conectarse con los problemas que, por doquier, más allá del altiplano cundiboyacense colombiano, se generalizaban en la naciente república. Las dificultades presentes en la periferia excluida, finalmente, penetraron en la ciudad capital, no preparada para dar el salto que requería para la conformación de una gran urbe incluyente.
Urbes sin espacios públicos para que sus habitantes puedan reconocerse como ciudadanos, para que sus relaciones puedan tejerse sobre una base de mayor confianza, eso ha sido recurrente en Colombia, y lo enseña con maestría La gente de la Universal. La transgresión de las reglas es lo cotidiano en el actuar con los otros, mientras que los deberes se van difuminando en una urbe que no consigue cohesionar y comprometer a unos “ciudadanos” desprovistos de las seguridades necesarias para sentirse como seres libres. Las demás ciudades de la nación también fueron creciendo siguiendo este “anti-modelo” de poderes dispersos y de vulneración generalizada de la ley.
El cine colombiano ha retratado en varios filmes la existencia de una cultura degradada por el “todo vale”. Aljure lo hace con gran inteligencia al caricaturizar el diario vivir de Bogotá, una gran “selva” urbana en la que sus instituciones son usualmente burladas por cualquier persona que esté dispuesta a salir adelante, de forma embustera, en sus propósitos.
En la sociedad de La gente de la Universal se piensa que hecha la ley estará hecha la trampa. En este escenario se ilustran y se entienden las particularidades de la corrupción en una nación que tiene sus propias dinámicas. La corrupción se ha concebido como un mal que se aloja, en primer lugar, en el individuo, antes de extenderse en los distintos ámbitos de los social y lo político. En el caso de Colombia ha alcanzado niveles exagerados de penetración como lo confirman las múltiples corruptelas que se han “normalizado”.
Pérdida de conciencia e indiferencia han sido las respuestas tradicionales de buena parte del pueblo frente a las malas prácticas que han extendido quienes buscan atender sus propios beneficios, sin importar los bienes e intereses de los otros. Algunos controles se han desplegado, como los ejercidos a partir de los medios de comunicación masiva, pero han sido insuficientes, muchas veces por lo manipulables que pueden ser al reproducir determinados discursos de poder “insanos” y deformadores de opinión pública responsable. En estas condiciones, no es fácil enfrentar la corruptela expansiva de sociedades en las que, como la colombiana, la Justicia tiene serios inconvenientes para actuar.
2. La historia
En La gente de la Universal es manifiesta la riqueza de una excelente narrativa que se suma a los recursos técnicos empleados y el riguroso trabajo de postproducción. Es uno de los mejores filmes de la historia del cine colombiano. Su ficción es notable, surgida de un guion técnico que da vida a un lenguaje audiovisual de encuadres y planos memorables; la fotografía revela unas miradas que atrapan al espectador. “La cámara es un narrador más.” (Daguer Cardona, Karina, 2009: 79). Fondo y forma técnica se integran de manera perfecta.
La Universal es una agencia de detectives, integrada por Diógenes Hernández, su esposa Fabiola y su sobrino Clemente. El grupo familiar ofrece diversos servicios en actividades investigativas: buscar perros, seguir a mujeres infieles, entre otros. La tarifa de honorarios por las actividades “profesionales” se establece por la complejidad del trabajo, la capacidad económica del cliente y su grado de ingenuidad o malicia; se cobra “según el marrano”, como se dice en la jerga popular colombiana.
Los detectives son seres habilidosos en tácticas de embaucamiento; atrapan, con ardides, a clientes incautos, aunque también prestan servicios a personas vinculadas con la delincuencia organizada, a sabiendas que contratan a otro precio, como sucede con Gastón, un capo español recluido en la cárcel.
Un entramado de traiciones e infidelidades se desata en la película; tretas y lascivias enredan a la mayoría de personajes: Fabiola traiciona a Diógenes con Clemente; el sobrino, a su vez, sostiene relaciones sexuales con otra joven; Gastón engaña a su esposa con Margarita, una actriz porno; asimismo, el exsargento Hernández pone su cuota de infidelidad y termina acostándose con Margarita que tiene una relación con François, un amigo francés de Gastón.
El filme muestra que la mayoría de las personas mienten, sin pensar en las consecuencias de las acciones. El engaño es una constante y el crimen se extiende por doquier. Los distintos registros de cámaras lo revelan, a partir de una narrativa tragicómica propuesta al mejor estilo concebido por los realizadores colombianos.
Toda acción trae su consecuencia; el final de la película bien lo ilustra. La muerte abre su paso, pero la vida sigue en medio de tantos avatares. Al menos, Fabiola y Clemente lo tienen claro. Para ambos no puede haber un retorno, cada día trae su afán; en la gente de la Universal todo se trasforma en un cosmos de revoltijos; la vida despliega todas sus fuerzas para resistir frente a una cultura de muerte.
3. Malicia y avaricia entre carcajadas
En la primera parte de la cinta se advierten unas tomas inteligentes integradas a unos planos envolventes que atrapan al espectador, en medio de un relato de ironía indiscutible bien acogido por los ritmos y movimientos de la cámara. La malicia de los personajes de la historia se va haciendo visible desde la situación inicial, el detonante y el primer punto de giro. Unos seres especiales que, en cierto sentido, se van percibiendo como dicharacheros y embusteros, se desnudan ante la cámara; seres fragmentados frente a quienes cualquier cosa cabe esperar. Así lo revela el registro de las risas (23:00), enfocadas desde un lente que desfigura los personajes (Pérez La Rotta, 2013: 334).
En la cinta se hace ostensible una narrativa rica en jergas y expresiones coloquiales, con un elevado contenido de humor negro. Las infidelidades son constantes, todas ellas acompañadas de traiciones propias de relaciones bastante interesadas y en las que la ingenuidad es severamente castigada.
La sociedad del rebusque está presente en toda la historia; en ella sus integrantes no tienen nada seguro; en cualquier momento el ingenuo o timorato cae presa de la viveza del timador, porque no se puede “dar papaya”, ya que “el vivo vive del bobo” como, frecuente y de forma coloquial, se dice en Colombia. Pero, si se quiere seguir “sobreviviendo”, solo cabe carcajear; en un mundo dominado por la malicia, sin risa sería imposible continuar en pie con cierta cordura.
La sordidez y mezquindad están presentes en los personajes de la historia; ni los clientes timados que contratan a los detectives para hallar el perro se salvan. No hay inocencia para rescatar; solo competencia de unos contra otros; distintas artimañas se utilizan para conseguir los propósitos deseados, una de ellas es la adulación, muy propia de quienes estando en desventaja económica o social buscan un negocio específico o una posición que no se tenía.
En la sociedad de La gente de la Universal se hacen visibles los apetitos voraces, lo que a su vez allana el camino para la venganza desatada en la historia cuando se descubren los engaños. La ley de la “selva” impide que se apliquen en la práctica las normas del estado en una ciudad caótica que se halla doblegada por la mentira y la doble moral. La canción “La miseria humana”, de Lisandro Meza, enseña los ritmos y vaivenes propios de esta condición: “Que se hizo tu pensamiento, responde Miseria Humana, Calavera sin pasiones, di qué se hicieron tus ojos”.
La gente de la Universal caricaturiza a una sociedad de gente que se ufana de ser buena, pero que pierde la conciencia de su actuar porque todo lo banaliza y sus actos de deslealtad los normaliza. El filme muestra que las normas, morales y jurídicas, son vinculantes en apariencia. Quienes han infringido las reglas, aunque estén en las cárceles, no tienen obstáculos para seguir en la ilegalidad. La indisciplina salta a la vista, dado el “irrefrenable impulso que acomete” a quienes “tratan de brincarse cuantas normas y restricciones se interpongan en el camino hacia la satisfacción de sus necesidades o caprichos” (Puyana García, Germán, 2005: 164).
El humor de la película paradójicamente se funde con la tragedia, para hacer manifiesto lo picaresco en espacios en que todo resulta sucio. Lo impúdico y lo deshonesto son una constante: celos, violencia contra la mujer, envidia, sicariato, corrupción, etc. La gente se solapa, se tima, se diluye en un individualismo desquiciado, que impide que se construya comunidad y espacios de libertad concertada con los otros. En esas condiciones se potencia la corrupción; se infiltra tanto en lo privado como en lo público; sus tentáculos se extienden con la ayuda de gente indisciplinada que se rige por la ley de la selva que favorece la informalidad y el rebusque. En este escenario, un imaginario del caos circunda a una sociedad enfermiza y desgarrada (López Moreno, 2012).
4. Delincuencia, sexo y dinero
En la película de Aljure, Bogotá se muestra como una urbe caótica, un espacio de disgregación, una ciudad de trancones, en la que, por sus calles y andenes, insultos van y vienen. Por cierto, la capital de Colombia se ha caracterizado, desde hace muchos años, por ser una ciudad bastante ruidosa y frágil frente a la violencia. En sus vías, la cultura de la ilegalidad se extiende y llega a distintos rincones, incluso en el interior de las viviendas es imposible que se disipen las penas y desmanes. Al menos en el hogar de la familia Hernández nadie puede estar tranquilo, por cuanto no se puede confiar en la transparencia en las relaciones familiares que se han construido.
La cárcel es otro espacio de deformación del ser humano, si se quiere comprender a éste como un sujeto moral. La prisión es un mundo macabro, dañado por dentro, y con potencia suficiente para contaminar a quiénes están por fuera. Esto se muestra claramente a través de las acciones desplegadas por los lugartenientes del capo que quiere salir pronto de la cárcel con la ayuda de su suegra y esposa.
En La gente de la Universal, de manera franca, se revela que la privación de la libertad no es un obstáculo para delinquir, y no lo es porque la corrupción ha doblegado el sistema penitenciario y debilitado la justicia institucional que debería estar atenta a la ejecución de las penas. La prisión está atrapada por una cultura mafiosa y el estado poco hace por evitarlo, ya que muchos de sus custodios son agentes corruptos, que están acostumbrados a participar de las coimas que en esos sitios se definen. La idea de la cárcel como antro acaba por favorecer la propagación de actividades criminales.
El sexo y el dinero en el film ocupan un puesto destacado; mueven las acciones de las personas. Ambos son los móviles definitivos para que se desencadene un entramado de mentiras y pasiones. En estas condiciones no hay lugar para principios que puedan hacer más llevaderas unas relaciones construidas desde la desconfianza.
La lujuria es la única forma de comprender el sexo; no hay espacio para el afecto, solo incomunicación y egoísmo. Los cuerpos son medios para la posesión y el desconocimiento del otro; son instrumentos para el engaño y la venganza. “Al conjugar las peripecias de timo y sexo con unos rasgos exagerados, al intensificar expresivamente lo primitivo de esos cuerpos actuantes, se ilumina su naturaleza, aparecen planos, como figuras mecánicas sometidas a unas pasiones dominantes y soberanas.” (Pérez La Rotta, 2013: 334).
Las mujeres, con sus cuerpos, doblegan a los hombres, y se imponen ante la debilidad de los deseos carnales de éstos que obran muchas veces con estupidez. Pero esa carga tampoco se avizora como triunfo total, porque tras la conquista hay pérdidas. Al final, el sexo se posiciona como instrumento vindicativo y de confrontación, pero en medio de un caos total, sin reglas claras de juego; no es asunto de amor; al final, tras el goce, la derrota se exterioriza. Todos los involucrados en estos “juegos” de sexo y poder terminan destrozados en su integridad, perdidos entre sus apetencias, sin lograr poseer lo que deseaban, aunque dispuestos a vengar con la muerte sus vergüenzas.
En el caso del dinero, La gente de la Universal tiene ciertas vecindades con la película francesa L’Argent (1983) de Robert Bresson. El ser humano desamarra su avaricia, sin control alguno, por el apego desmedido hacia el dinero. Las relaciones sociales se trastocan y el estado resulta bastante débil para contener los enredos de la cultura de trasgresión que se consolida en la sociedad. El dinero impide que los presos en las cárceles se resocialicen; permite la expansión de las apetencias desmedidas a la hora de contratar, impulsa a mentir entre los propios socios, etc.
En la película de Aljure hay varios momentos célebres sobre la avidez por el dinero. Uno de ellos, el del pago realizado por la familia Rosales a los detectives para encontrar el perro que se les había extraviado; Clemente y Fabiola cobran dinero extra y propina, luego, los clientes piden la factura y los Hernández les indican que no les conviene porque les tocaría pagar un impuesto adicional. La reacción de los dueños del perro es bien llamativa: “No nos vamos a poner a pagar plata al gobierno, con esa plata come el perro.” (13:29). Más adelante, sobresale la escena en la que Fabiola y Clemente le mienten a Diógenes, ocultándole lo que ganaron de más por el dinero entregado por el rescate del animal. “Aquí están los cuarenta mil pesos del pulgoso.” “¿Y no dejaron nada de propina?”. “Las pulgas”. Diógenes también engaña a sus parientes indicándoles que el negocio de seguimiento de la amante del capo fue contratado por un valor inferior, incluyendo la cantidad por la interceptación de teléfono; jocosamente el sobrino cuestiona la posible destinación del dinero al expresar: “No tiene sentido interceptar teléfonos, pudiéndonosla repartir” (23:00).
Uno de los actos más sobresalientes sobre la codicia es el pago hecho a los policías que sorprenden a Diógenes. Para poder espiar a Margarita, la actriz porno, el exsargento ofrece dinero y justifica su actuar y desfachatez en los siguientes términos. “Donde comen uno comen dos, donde comen dos comen cuatro” (54:04-56:07). Otras escenas importantes son las de sobornos y coimas en la cárcel: Gastón paga a sus lugartenientes para que delincan; la prisión es un sitio para los cohechos, para tráfico recurrente de dineros a favor de autoridades y también de terceros ajenos al establecimiento penitenciario. Gastón, el capo, desde la cárcel negocia su libertad con la ayuda de un abogado que participa en la cadena de corruptelas. No hay duda que la intervención de este letrado es un indicador de la falta de cadencia que hay en la Justicia.
Otros momentos inolvidables de la película, sobre el poder que tiene el dinero para comprometer la conciencia de las personas, son los correspondientes a las escenas en las que Diógenes y su sobrino compran el silencio y la complicidad del portero del edificio. La interpretación de Álvaro Bayona es muy convincente; su participación se desarrolla en medio de una dosis elevada de humor negro; el detective soborna al conserje invocando su investidura de autoridad: “soy ley, trabajando por la patria” (25:00-26:00); el portero, por su parte, acepta el ofrecimiento que se le hace y justifica su actuar: “Todo sea por Colombia, sí o no…” Más tarde, vemos al personaje interpretado por Bayona que aprovecha su posición para que se le pague por mentir y no se le dé mal ejemplo al sobrino (30:23); pero luego, el portero acude a estrategias marrulleras para chantajear y recibir dineros del sobrino. (38:55-39:00). Todos terminan “untados” por sus avideces excesivas.
El dinero, en fin, lo corroe todo, tanto en lo privado, como en lo público. Así, en estas condiciones, ante tamaña descomposición hay que emprender un proceso de reconstrucción complejo al interior de una sociedad en crisis, en la que se ataquen de manera frontal sus prácticas corruptas generalizadas.
5. “Por eso le digo”
Colombia es un país realmente bello, pero de enormes contrastes. Poco comprendido, más bien por causa de la ignorancia de quienes pretenden hablar sobre el país sin conocer de sus realidades, de sus particularidades, de los ritmos en los que se mueven las personas que habitan en una tierra prodigiosa marcada por el realismo mágico.
Aunque se trate de un monstruo aterrador presente en todo el Orbe, la corrupción ha asumido en Colombia sus propios matices, en buena parte debido a los apetitos voraces de sus clases políticas y dirigentes. La mirada crítica que puede hacerse sobre la corrupción desde La gente de la Universal confirma un compromiso de denuncia y de reconocimiento al trabajo realizado por parte de los realizadores audiovisuales.
A partir del filme es posible entender que cuando la corrupción se aloja en los trámites burocráticos, requeridos para la definición de cuestiones públicas y privadas, se pierde cualquier posibilidad de crecimiento del ser humano como ciudadano, como sujeto libre y responsable que actúa en comunidad. Los lupi sin mayores controles son los individuos más exitosos en esos trámites, lo que realmente causa escozor. Vuelta aquí y allí, exigencias innecesarias por doquier terminan por fatigar y causar nauseas a los involucrados que están en espera de la resolución de sus asuntos.
Cuando hay corrupción, especialmente en los asuntos oficinescos, hay un culto a un formalismo ramplón, ciego y excesivo, pero que por costumbre acepta sin reparos; no importa el hostigamiento que se causa con tanta traba. La suegra le promete a Gastón que le va a sacar de “ese infierno de indios”; no obstante, tampoco es la llamada a romper el entramado de corruptela. Ella y su hija se cruzan con un intrincado mundo de diligencias y de papeles que, por sus numerosas dificultades, termina por desesperarlas y, de esta forma, prefieren escapar.
Es inevitable que el espectador no se abrume ante un “por eso le digo”, pronunciado en boca de autoridades y particulares involucrados en los trámites. Con esa frase se justifica la aparente necesidad de un requerimiento o procedimiento; las exigencias pedidas para adelantarlos se consideran como normales, pese a ser innecesarias y absurdas.
Lo burocrático importa más que las personas. La película lo muestra muy bien al enseñar lo tortuoso que resulta para los clientes un trámite financiero: sellos y más sellos, paz y salvos por distintas dependencias, que acaban por fastidiar. La suegra de Gastón, desesperada ante tanto desatino, manifiesta: “Esto es una tomadura de pelo”. Unas estúpidas concepciones leguleyas se imponen y causan más inconvenientes que soluciones reales e inmediatas.
6. Para concluir
La gente de la Universal es una muestra de la selva urbana, un retrato crudo de sociedades cargadas de doble moral, en las que rige la ley del más “vivo”, y en donde la mentira y la deslealtad se convierten en medios de sobrevivencia; la traición sella los pactos que se hacen y que inclinan la balanza en contra del más débil. Estos males son descritos magistralmente en la película, con una fuerte dosis de sarcasmo.
Aunque en el filme no hay moralejas, se advierte un diagnóstico de un pueblo con serios problemas de formación en la expresión de su identidad cultural, que se acostumbra a cohonestar con determinadas prácticas de corruptelas como si fueran expresión de la cultura. En el filme queda en evidencia esa complacencia inadecuada por la que tergiversan valores; los ejemplos en este sentido abundan en la película, todos los relacionados con los sobornos y las coimas. Existen momentos límites. Un caso en el que se provoca al espectador por la degradación manifiesta de un acto grotesco, que es banalizado y reconocido por el que lo hace como normal y bueno, se encuentra en la escena en la que un sicario bendice su revolver para no fallar en su propósito de disparar y matar a una persona. Solo queda un vacío inevitable.
¿Qué hacer? Difícil responder a partir de la cáustica historia que presenta la cinta. No puede negarse la vigencia de La gente de la Universal; luego de más de veinticinco años de su realización, el filme sigue interpelando. Hay un espejo para confrontar miedos y miserias, pero también una pantalla que muestra la degradación de individuos atrapados por un egoísmo alarmante. Los personajes de la historia acaban seducidos por el ardid, motivados por el deseo de timar en asuntos que estiman como pequeñas infracciones, muy propio de lo que se conoce en el argot popular como “malicia indígena” y que, en últimas, es la negación de una descomposición agravada que carcome la sociedad por dentro.
Es esa la picardía presente en un pueblo en donde la corrupción extiende por doquier y en un país cuyos poderes públicos no han encontrado legitimidad. En estos espacios, la Justicia institucional poca presencia tiene, con mayor razón en una sociedad de grandes inequidades como la colombiana y en la que la justicia social es una tarea pendiente por hacer a gran escala. Siguiendo la letra de Oración a la Justicia de María Elena Walsh (1971), valdría la pena implorarle a la “Señora de ojos vendados” que baje de sus “pedestales” para que por fin vea tanta mentira, pueda actualizar “su balanza” y “resucitar el inocente; es hora de que “los muertos entierren el expediente”, de “espantar” las “aves negras”, de “iluminar” al juez dormido”; es hora de que la Justicia se haga “reina para siempre de nuestra tierra”.
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