La digitalidad y la crisis de la política como pérdida del mundo Digitality and the crisis of politics as a loss of the world
En este trabajo se analiza cómo la crisis contemporánea de la política se vincula con la invisibilidad de los horizontes del mundo, los cuales son condiciones de ejercicio de la conciencia crítica: ellos muestran los caminos que hemos seguido y las oportunidades políticas que se abren en cada momento de la historia. En el caso presente, la pérdida de los horizontes de vida es un fenómeno que depende de la estructura del mundo digitalizado, el cual ha sido capturado por los intereses tecnológicos del capitalismo neoliberal, bajo la premisa fundamental de que el mundo no tiene alternativas. Este proceso adquiere rasgos especiales con la colonización digital de las estructuras comunicativas de la sociedad: la comunicación social es mediada por los intereses y perspectivas de los nuevos poderes tecnológicos. Esta tecnologización hace perder ciertos rasgos interpretativos del mundo, como, por ejemplo, las presuposiciones éticas de la sociedad, las cuales deben asumir el ámbito fundamental de la conciencia encarnada en un cuerpo que se mueve en el mundo y cuya existencia depende de este. De acuerdo con estas ideas, se propone como tarea política urgente la superación de la condición digital como restricción impuesta por los nuevos poderes de la tecnocracia mundial. La clave emancipatoria es comprender cómo lo ético desaparece con la configuración digital del mundo social. Reconocer este proceso de pérdida podría permitir la recuperación de los horizontes perdidos del mundo, los cuales siempre suponen un momento ético irreducible.
Cet ouvrage analyse comment la crise contemporaine de la politique est liée à l'invisibilité des horizons du monde, qui sont des conditions d'exercice de la conscience critique et montrent les chemins que nous avons parcourus et les opportunités politiques qui s'offrent à chaque instant de l'histoire. À l’époque contemporaine, la perte d’horizons est une réalité qui dépend de la structure du monde numérique, capturée par les intérêts du techno capitalisme néolibéral, sur la base du postulat fondamental selon lequel le monde n’a pas d’alternative. Ce processus acquiert des particularités avec la colonisation numérique des structures communicatives de la société ; la constitution sociale du monde social est médiatisée par les intérêts et les perspectives des nouvelles puissances technologiques. Cette technologisation entraîne la perte de certains traits interprétatifs du monde, comme par exemple ses présupposés éthiques, qui doivent assumer la portée fondamentale de la conscience incarnée dans un corps qui bouge dans le monde et dont l'existence en dépend. Conformément aux arguments avancés, il est nécessaire de surmonter, de manière urgente, le format social numérique imposé par les pouvoirs de la technocratie actuelle. La clé émancipatrice est de comprendre comment les dimensions éthiques de la société disparaissent avec la configuration numérique du monde social. Reconnaître la nature de ce processus pourrait permettre de retrouver les horizons perdus du monde, ce qui représentera toujours un moment éthique irréductible.
Este trabalho analisa como a crise política contemporânea está ligada à invisibilidade dos horizontes do mundo, que são condições para o exercício da consciência crítica: mostram os caminhos que percorremos e as oportunidades políticas que estão disponíveis em cada momento da história. Na era contemporânea, a perda de horizontes é uma realidade que depende da estrutura do mundo digitalizado, que foi capturada pelos interesses do tecnocapitalismo neoliberal, sob a premissa fundamental de que o mundo não tem alternativas. Este processo adquire características especiais com a colonização digital das estruturas comunicativas da sociedade; a constituição social do mundo social é mediada pelos interesses e perspectivas das novas potências tecnológicas. Esta tecnologização provoca a perda de certas características interpretativas do mundo, como, por exemplo, os seus pressupostos éticos, que devem assumir o âmbito fundamental da consciência encarnada num corpo que se move no mundo e cuja existência depende dele. De acordo com os argumentos apresentados, é necessário superar, de forma urgente, o formato social digital imposto pelos poderes da tecnocracia atual. A chave emancipatória é compreender como as dimensões éticas da sociedade desaparecem com a configuração digital do mundo social. Reconhecer a natureza deste processo poderá permitir a recuperação dos horizontes perdidos do mundo, o que representará sempre um momento ético irredutível.
This work analyzes how the contemporary crisis of politics is linked to the invisibility of the world's horizons, which are conditions for the exercise of critical consciousness: they show the paths we have followed and the political opportunities that are available at every moment of history. In the contemporary era, the loss of horizons is a reality that depends on the structure of the digitalized world, which has been captured by the interests of neoliberal techno-capitalism, under the fundamental premise that the world has no alternatives. This process acquires special features with the digital colonization of the communicative structures of the society; the social constitution of the social world is mediated by the interests and perspectives of the new technological powers. This technologization causes the loss of certain interpretative features of the world, such as, for example, its ethical presuppositions, which must assume the fundamental scope of consciousness embodied in a body that moves in the world and whose existence depends on it. In accordance with the presented arguments, it is necessary to overcome, in an urgent way, the digital social format imposed by the powers of today's technocracy. The emancipatory key is to understand how the ethical dimensions of society disappears with the digital configuration of the social world. Recognizing the nature of this process could allow the recovery of the world's lost horizons, which will always represent an irreducible ethical moment.
Introducción
Uno de los rasgos más destructivos de la vida contemporánea es la sensación de que no existen alternativas para el actual sistema de vida mundial; este sistema, por el contrario, parece prolongare a partir de crisis cada vez más apremiantes. Algunas de ellas ya se presentan como riesgos existenciales para la humanidad, como es el caso de la distopía digital, nuevas pandemias o el siempre presente riesgo nuclear (Ord, 2020). Esta no es una percepción necesaria impuesta por el realismo de los “hechos” —un calificativo sujeto a análisis por todo enfoque crítico del mundo social— sino que tiene una definida progenie política en la medida en que ha sido inducida por la ideología insuflada por un sistema que ha invadido los mismos procesos de constitución de la subjetividad humana. Esta idea, como se verá, tampoco se desvincula de las numerosas expresiones autoritarias y populistas que han capturado el mundo moderno y que han llevado a la proliferación de regímenes autoritarios basados en el control.
Una de las tareas más serias de la filosofía política actual es exorcizar ese espejismo que condena al género humano a la impotencia política. Se vive en un tiempo en el cual la búsqueda de nuevos caminos es un imperativo vital: alternativas existen si se escapa de la escafandra impuesta por las tendencias tecnológicas. En este trabajo, se intenta resumir y relacionar varias tendencias que se dan en esta dirección. El mismo peligro de la distopía tecnológica muestra la necesidad de repolitizar el mundo, a menos que estemos dispuestos a vivir en un mundo tan opaco como en el que Josef K., el personaje de El Proceso de Franz Kafka resulta ejecutado en un proceso que nunca alcanza a comprender (Coeckelberg, 2022).
Este trabajo se organiza en varias secciones que exponen ciertas dimensiones de la política que, al enfatizar la estructura horizontal y comunicativa de la sociedad, muestran el sentido en que la digitalidad desmantela el mundo social. Sin embargo, también se sugiere una solución al problema. En la primera parte, se interpreta la crisis política usando como clave interpretativa la noción fenomenológica de cierre de horizontes, la cual se puede compatibilizar con muchas de las preocupaciones que experimenta la humanidad contemporánea. La segunda sección presenta un análisis de las estructuras comunicativas del mundo para enfatizar sus dimensiones éticas; se sugiere cómo estas se pierden en la configuración digital del mundo de la vida —otra noción fenomenológica. La tercera sección provee una breve explicación del cierre de horizontes que deviene con la digitalización del mundo de la vida. La cuarta y última sección se ocupa del cada vez más serio problema de la polarización política.
La crisis política como cierre de horizontes
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Geniusas (2020) muestra en su artículo cómo las referencias a la noción de horizontes son adoptadas a partir de las ideas del filósofo norteamericano William James.
Para precisar uno de los puntos fundamentales de la argumentación de este trabajo, se presta atención a la noción fenomenológica de horizonte. Por lo tanto, el primer punto que se deja claro, al menos dentro de sus perspectivas generales, es el papel que dicha noción ha jugado dentro de esta corriente filosófica contemporánea que se desarrolla en función de la influencia directa de su creador, el filósofo alemán Edmund Husserl (1859-1939). La noción de horizonte tiene una historia que viene desde muy atrás en la filosofía, pero como lo observa Saulius Geniusas Husserl fue el primero que le dio a este concepto un papel filosófico central (Geniusas, 2020: 222)1. Un aspecto que profundiza esta falta de horizontes es la pérdida de la conciencia de que este mundo surge de la misma actividad humana, lo cual le cede una posición importante a la noción de alienación. La pérdida de alternativas, por lo tanto, debe verse como una expresión de la auto pérdida del sujeto, una idea que ha sido central para los enfoques críticos de la filosofía (Jaeggi, 2014).
No es necesario internarse en las sutiles discusiones fenomenológicas para descubrir el sentido que puede tener la dinámica de los horizontes en la filosofía. Se acepta que el horizonte es ese contexto general que se enmarca a partir de un telón de fondo y dentro de un mundo compartido. Especialistas en fenomenología recuerdan a menudo la caracterización que se presenta en la colección de escritos de Husserl titulada Ideas I, en donde el mundo es un horizonte de horizontes, una idea que ha sido compartida por otros fenomenólogos (Geniusas, 2020: 228). Los horizontes sitúan a la reflexión en un contexto con una progenie y un futuro de posibilidades que permite la anticipación, tanto como la retención. La conciencia de los horizontes se consolida en la sedimentación de las experiencias (Ibid.: 225).
La idea de horizonte brinda una idea capaz de albergar las reflexiones de una filosofía política de orden fenomenológico debido a que dicha noción explica la constitución y configuración de alternativas sociales. Esta tarea ha sido desarrollada por el filósofo alemán Klaus Held (2012) quien ha seguido al fenomenólogo alemán Eugen Fink para demostrar que el foco principal de la fenomenología no es la conciencia (Husserl) o el ser (Heidegger), sino el mundo. A juicio de Held este cambio de énfasis subraya la naturaleza de la filosofía política que subyace a la fenomenología. En esta interpretación, el concepto de “horizonte” juega un papel fundamental, dado que, como ya se ha visto, el mundo es un horizonte de horizontes, de lo cual se sigue que la pérdida de horizontes señala, en realidad, una pérdida del mundo.
Las reflexiones fenomenológicas adquieren un marcado sentido político: se trata de entender la serie de procesos a través de los cuales se constituye un mundo que supone un cierto horizonte en el cual se esbozan diferentes escenarios. El cierre de horizontes, por lo tanto, puede ser asimilado a la falta de alternativas, a la idea de que el mundo no puede ser cambiado por la praxis humana. En este sentido, el “realismo capitalista” que describía el desaparecido filósofo inglés Mark Fisher es una anomalía que señala la crisis del capitalismo: “el sentido extendido de que no solo el capitalismo es el único sistema político y económico viable, sino que también ahora es imposible imaginar una alternativa coherente a este” (2008: 2). Sin duda, esta creencia no se impone por los hechos; a estas alturas de la historia se puede decir de todo, menos que no existen alternativas. Si así fuese, no tendría ni sentido decir que vivimos en sociedades interculturales o pluriculturales.
La impresión denunciada por el desaparecido crítico cultural inglés se puede entender a partir de los itinerarios hegemónicos que nos han llevado a esta supuesta falta de perspectivas. Fisher notó correctamente que el mundo actual cae de manera paulatina, sin una catástrofe definitiva que ponga un punto final a la existencia. Pero es precisamente este punto el que debe ser comprendido. Y parte de esta tarea supone la movilización de las fuerzas de la reflexión, la cual adquiere una fuerza política fundamental en la medida en que se cuestiona la actual crisis política que se reproduce, con las diferencias respectivas, en muchos lugares del mundo. Así, para lograr ver las alternativas es necesario descifrar las claves de la alienación que ha establecido el mundo de la digitalidad. Mostrar el proceso a través del cual esta esperanza se hace una posibilidad es el objetivo de este trabajo.
Las estructuras comunicativas del mundo
Ahora bien, es claro que el mundo se constituye de forma intersubjetiva. La comunicación hace que los miembros de la sociedad se comuniquen de distintas maneras; en un proceso que se hace posible, a partir de horizontes compartidos al menos parcialmente, se va constituyendo el mundo. Es claro que dichas presuposiciones se encarnan en la totalidad del mundo, tanto en las diferentes esferas de la cultura como las variadas actividades que se realizan en la economía y otras dimensiones de la vida social. En tiempos de crisis, cuando se interrumpe el despliegue de la comunicación, es lícito cuestionar dichas presuposiciones: entonces se ilumina lo que compartimos, lo que necesita mayor reflexión. Las estructuras de la comunicación determinan qué podemos entender, qué podemos captar.
De lo dicho se puede colegir que el médium de la comunicación juega un papel importante en la constitución del mundo compartido. El pensador canadiense Marshall McLuhan, como es bien sabido, comprendía que el mismo medio es el mensaje. Los medios de comunicación no son asépticos canales para transmitir mensajes, sino que sientan los límites de mi mundo —para decirlo en términos cercanos a Ludwig Wittgenstein. Incluso la misma visión que el ser humano tiene de sí mismo se plantea en términos de las posibilidades actuales de la comunicación, determinados por sus supuestos materiales y sociales.
En consecuencia, la constitución social del mundo de la vida tiene innegables connotaciones políticas, como también fenomenológicas dado que es una de las nociones acunadas por Husserl durante su fecunda vida reflexiva. Es posible plantear preguntas como: ¿Cuáles son los horizontes posibles cuando nos proponemos construir un orden social que incluya a todos? ¿Qué intereses deben moldear las perspectivas para tomar decisiones democráticas más importantes? Perspectivas como la teoría comunicativa de Habermas ofrecen claves para entender la forma en que se debe llevar a cabo un proceso de deliberación respecto a la forma de dichos horizontes.
Un ejemplo de otras preguntas puede ser la forma en que actualmente se concibe el ser humano, dado que la tecnología y el desarrollo de la neurociencia han cambiado la concepción que los seres humanos albergaban respecto a sí mismos. De este modo, una pregunta válida en el mundo filosófico actual es la forma en que los robots pueden tener conciencia y, en consecuencia, derechos humanos. También se puede mencionar las preguntas que surgen respecto a la forma en que la biotecnología puede transformar, de manera legítima, al ser humano o el rol que debe jugar la IA en la configuración del mundo del futuro. Por esta razón, debe prestarse atención a la manera subrepticia con la que la tecnología se integra progresivamente en el mundo actual.
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Esta posición me ha servido para criticar las presuposiciones individualistas del discurso de los derechos humanos que acompañan a dicho discurso desde los orígenes históricos del liberalismo.
Existe un aspecto fundamental de la constitución comunicativa del mundo y esta es la ética. Durante algunos años he defendido, siguiendo a Levinas, la posición de que todo contacto comunicativo presupone el contacto ético (Rodríguez, 2020)2. Esta constatación, relativamente simple, se vuelve más difícil de interpretar en un mundo mediado tecnológicamente, en un plexo de relaciones cada vez más complicado, en el cual estamos interactuando con las máquinas “inteligentes”, y próximamente con avatares en un metaverso que no acaba de desarrollarse, o simplemente con el terrible caos de no poder hablar con un ser humano para poder resolver nuestros cada vez más frecuentes problemas como consumidores. Pero es lícito imaginar que no puede haber un contacto con sentido con estas entidades que funcionan bajo instrucciones que han sido dadas de antemano.
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Estos autores tratan de encontrar una actualización del término “hegemonía” usado por el teórico italiano Antonio Gramsci. La concepción de hegemonía que ellos adoptan de Gramsci es formulada de la siguiente manera: “un sistema de poder donde un pequeño grupo dirige a uno más grande, como se ve de manera típica en sociedades complejas (Jeremy & William, Op. Cit.: 254).
Ahora bien, si la política es una actividad relativa al manejo del poder, es claro que las tecnologías modernas han desarrollado un gran poder de influencia sobre la casi totalidad del mundo, que en un modo u otro se conectan a través de las redes. Jeremy Gilbert y Alex Williams han acuñado la noción de “poder de las plataformas” para describir la “cristalización de la dirección del viaje político dentro de las infraestructuras de la política” (2022: 171)3. Estas plataformas, como lo postulan estos autores, constituyen un medio de construcción de hegemonía que se sustrae a menudo de la vista social.
En consecuencia, debe imponerse una regulación sobre el desarrollo de las tecnologías digitales. El mundo no puede permanecer a merced de desarrollos que, a pesar de transformar las estructuras sociales, mutan a una velocidad cada vez más acelerada. De otro modo, los procesos democráticos, que siempre deben ir más allá de las elecciones, sufrirán las repercusiones de sociedades cuyos miembros han dejado de valorar la democracia, aun cuando siempre haya tenido un fin elusivo para muchas personas y sectores en el mundo.
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Sobre el significado y extensión del narcisismo, especialmente en los jóvenes contemporáneos, Claire Fox (2019) ofrece un análisis esclarecedor.
El uso de las tecnologías digitales transforma la praxis política de maneras insospechadas, llevando a formas de alienación imprevistas. El sociólogo Frank Furedi, por ejemplo, ha notado cómo el uso de los selfies en una manifestación desvía la atención de la protesta pública a la persona que se toma la fotografía (Furedi, 2019: 194). Este punto ilustra los hilos sutiles con los que el mundo digital sujeta la conciencia de los individuos que asumen posturas alienantes que no permiten una actitud crítica ante los sucesos del mundo. El mundo se pierde en una narcisista exposición del propio ser, buscando su propia confirmación antes que cambiar la estructura de un mundo cada vez más inhóspito e incierto4.
El individuo frente a la pantalla: la interrupción de la comunicatividad ética
Para comprender la forma en que el mundo digital esconde la política, es necesario comprender la manera en que la tecnología como mundo de comunicación estrecha necesariamente los horizontes del mundo de la vida. En los horizontes restringidos de la digitalidad, el ser humano no es capaz de asumir las presuposiciones éticas de la comunicación, las cuales suponen el contacto con los otros. Se sigue que si no se pueden identificar los horizontes que solo pueden surgir de la acción colectiva, entonces hay dificultades para identificar el mundo compartido y, por lo tanto, se pierde el área en que se ejerce la política, esto es, el ámbito en el que se despliega la conciencia pública.
Es necesario analizar de manera breve los múltiples impactos negativos que los medios ejercen sobre la subjetividad humana. No es casual que se haya generado una desesperanza con la política, debido a los múltiples efectos que las redes digitales tienen sobre la política como un esfuerzo comunicativo para transformar el mundo. A pesar de las grandiosas declaraciones acerca de la posibilidad del mundo, ahora ya no se duda de que las redes sociales como Facebook (ahora Meta) divide a las personas tanto como las une (Vaidhyanathan, 2018: 4). La división se profundiza cuando se considera la capacidad de estas redes de reforzar las creencias que ya han sido sometidas a procesos reduccionistas (ibid.: 6). Estos procesos restringen la visión del mundo, obstruyendo los procesos colectivos de reflexión que permiten la solución de los problemas que plantea la convivencia.
Se puede notar, por ejemplo, la vida simulada de las redes. Estas someten a un proceso algorítmico a la propia subjetividad. Aunque navegamos de manera aparentemente libre, nuestra atención es sujeta a control con base en los perfiles que va construyendo el sistema de dirección automatizada por algoritmos que, por lo demás, suelen reflejar prejuicios y exclusiones (Broussard, 2023). Johann Hari (2022) ha demostrado la pérdida de concentración que induce el uso múltiple de la tecnología: la fragmentación de la atención que suponen los dispositivos tecnológicos—internet, celulares, redes sociales, Youtube — erosionan la capacidad de enfocarse en un solo tema. La industria de la atención disminuye el interés que merecen las grandes preguntas del tiempo que vivimos, desviando las fuerzas que se necesitan para la acción colectiva. A esto hay que sumar un ambiente repleto de noticias falsas, visiones conspirativas y operaciones manipuladoras.
El uso de las redes, asimismo, se ha distinguido por la proliferación de una gran cantidad de problemas de orden mental. Los hábitos que consolida el uso de la tecnología ayudan a consolidar malestares depresivos. Estos fenómenos no son casuales. Frances Haugen (2023) ha denunciado las prácticas de Facebook —que para ese entonces cambió su nombre a Meta— que no reparaban en la manipulación de los menores de edad, refiriéndose a dicho sector con expresiones degradantes.
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Shoshana Zuboff (2019) ha descrito de manera exhaustiva la arquitectura de esta vigilancia, bajo la idea de “capitalismo de la vigilancia”. Bajo este sistema, nuestra experiencia se visualiza como materia prima que se convierte en datos sobre nuestra conducta, lo cual hace posible la predicción de nuestra conducta con fines eminentemente mercantiles.
Además, no deben ignorarse las múltiples posibilidades de represión que representa el mundo cibernético. Omitir este aspecto no implica traicionar la pureza de la investigación filosófica. Durante mucho tiempo, se ha mostrado las estructuras de vigilancia que han sido implementadas a través de la tecnología contemporánea.5 Estas se han desarrollado con mayor ímpetu durante el tiempo de la pandemia y han alcanzado un estado alarmante en China, en donde la métrica social encierra a los “ciudadanos” en un marco algorítmico que cae en el terreno de la distopía.
Por su propia naturaleza, las redes sociales contribuyen a la negación de la profundidad reflexiva. En este sentido, los medios digitales, sin necesariamente desplazar otros medios de comunicación, han ganado cada vez mayor influencia y han permitido, por ejemplo, que los usuarios se conviertan en “productores y reproductores” de mensajes electorales (Taras, 2022: 8). Sin embargo, permiten la manipulación de las ciudadanías contemporáneas, las cuales caen presas de diferentes tipos de problemas mediáticos como la información falsa y los mensajes que polarizan a los usuarios. A pesar de la irreversibilidad de los cambios tecnológicos, las tecnologías informáticas deben regularse antes que engullan el mundo de la política, de manera tal que los horizontes de una buena vida se desdibujen de manera definitiva.
Los puntos descritos en la sección anterior apuntalan la impresión de la pérdida de la capacidad crítica. Existe, en esta dirección, una gran cantidad de contribuciones académicas que muestran los cuestionables efectos de las tecnologías en la subjetividad de los usuarios. Las redes sociales nos hacen vivir una imagen espectral de lo que significa la comunidad (Véase Turkle, 2017). Este fenómeno se puede visualizar, por ejemplo, en el preocupante crecimiento de la polarización que se vive en la actualidad.
En un mundo manipulado no puede despertarse la capacidad de la conciencia crítica. La toxicidad del mundo actual se refleja en el mismo hecho de que la reflexión puede ser manipulada, distraída por conspiraciones que ocultan los verdaderos resortes del poder, confundida por falsas verdades o información incorrecta que pulula en las redes, a veces de forma deliberada. Es muy difícil llevar a cabo una reflexión que pueda comprender los caminos que se abren a la humanidad para resolver los problemas que demandan una acertada participación política basada en la información correcta, en donde se necesita presentar argumentos para encontrar salidas en medio de la pluralidad discursiva.
En consecuencia, debe lucharse por limitar el alcance de las redes digitales que (des)conectan al mundo o que someten a los miembros de la sociedad a una serie de manipulaciones y controles que necesitan un tiempo para poder ser descifrados. Vivimos, sin embargo, en una época disruptiva que, como cuestión de hecho, magnifica la liquidez de las sociedades, en el sentido de que los referentes que permiten encontrar conductas motivadas moralmente se pierden irremisiblemente.
Esta es quizás la suprema acción política del tiempo contemporáneo y requiere la movilización de todos los sectores que quieren recuperar una política que realmente sea efectiva para sortear las crisis que ha profundizado el uso de las tecnologías. No se trata de suprimirla, tarea por demás condenada al fracaso por la irreversibilidad de los cambios, sino solo de someterlos a la necesaria regulación.
La polarización política
En un libro reciente, Tobias Rose-Stockwell (2023) analiza varios cambios que han transformado el sistema de comunicación actual hasta generar una especie de máquina que induce actitudes de indignación y de enojo. En este contexto tóxico aprendemos a reaccionar, antes que a reflexionar, fenómenos que aumentan la falta de confianza y la agresividad hacia los otros. En este escenario ha habido una participación intensa de los movimientos que defienden posiciones extremistas. La capacidad de establecer agendas comunes para la sociedad se desdibuja ante la negativa al diálogo. En países como los Estados Unidos, los grupos extremistas de derecha mantienen una actividad constante de amenaza sobre la sociedad circundante. Los “lobos solitarios” siguen apareciendo con su caudal de muertes en atroces sucesos de violencia colectiva. Fenómenos como éstos no pueden desvincularse del tóxico ambiente político que ha fomentado la ultraderecha norteamericana.
Uno de los ejemplos significativos de este proceso ha sido la efervescente presencia de Donald Trump dentro de la escena política de los Estados Unidos. De hecho, su elección como presidente de los Estados Unidos fue un acontecimiento que mostró la influencia negativa de las redes sociales—como lo prueba el uso que este personaje hizo de Twitter (ahora X) para influenciar a sus partidarios.
A pesar de los múltiples procesos que ha enfrentado el polémico multimillonario, muchas personas, inducidas por el tóxico ambiente de las redes sociales, lo consideran como el más apto para guiar a los Estados Unidos. La mentalidad conspiracionista, basada en la proliferación de historias tan fantasiosas como manipuladoras brinda un ímpetu tremendo a sus incoherentes medidas políticas, siempre asociadas a una serie de acciones que muestran el nivel de alienación de la sociedad contemporánea. Este es un aspecto perturbador en una sociedad que siempre se ha visto a sí misma como un modelo de democracia, el cual constituye un valioso legado para la humanidad
Lamentablemente, el autoritarismo se ha hecho presente de diferentes formas en los diversos países. Aunque siempre ha habido posiciones diferentes, republicanas, conservadoras o liberales, la proliferación del odio en las redes sociales hace imposible los acuerdos que necesita la humanidad para poder solventar sus asuntos cada vez más urgentes. La situación solo tiene visos de agravarse, especialmente debido al desarrollo de la Inteligencia Artificial. En consecuencia, uno de los elementos fundamentales de la democracia liberal, esto es, la capacidad de votar se ha visto afectada en muchos países. Se sigue la estrategia que utilizaron los nazis en Alemania: se usa el sistema democrático formal para acceder al poder y, desde ahí, cambiar las reglas del juego para beneficiar al grupo en el poder. En los Estados Unidos, Donald Trump, quien ha denunciado que las últimas elecciones le fueron arrebatadas, espera competir con una agenda todavía más agresiva.
La recuperación de los horizontes del mundo a través de la política
La digitalidad construye un mundo, como se puede colegir de las profundas intuiciones del teórico cultural canadiense Marshall McLuhan. Las posiciones de este autor se han resumido con su frase “el medio es el mensaje” para mostrar que los medios electrónicos están lejos de ser simples canales de comunicación, sino que constituyen en sí mismos una nueva forma de organización del mundo.
Es necesario, por lo tanto, prestar atención a la manera en que nuestra actividad cotidiana construye ese mundo en el que aparentemente no existen alternativas viables. Nuestra misma percepción del mundo se constituye a partir de los medios que usamos, una intelección que tiene implicaciones importantes para comprender el mundo en que vivimos. Como lo dice este autor en una selección de sus múltiples textos: “es el medio el que forma y controla la escala y forma de la asociación y la acción humana” (McLuhan, 1995: 152). No puede extrañar, por lo tanto, que el teórico inglés Jamie Susskind que “los que controlan esas tecnologías de poder tendrán la creciente capacidad de controlar al resto de nosotros” (2018: 23).
Y aquí viene un argumento central para este trabajo. Este sistema ha sido impuesto de manera no democrática, aprovechando la vertiginosidad de las crisis que angustian a las sociedades contemporáneas. Cualquiera puede notar que la falta de regulación es causa estructural de decisiones que afectan la vida, precisamente por personas que han perdido el sentido del bien común.
Queda claro, entonces, que la única posibilidad que resta es prestarle seria atención a los desafíos que presenta el mundo de la vida digital. No estamos frente a un problema político habitual, sino a una dificultad que cambia los mismos términos en que la política y la democracia son ejercidas. El mismo Jamie Susskind considera que, progresivamente, nuestro propio lenguaje político podría ser transformado totalmente hasta el punto de la desaparición (Susskind, 2020, capítulo 20).
A modo de conclusión
La recuperación de alternativas supone, en consecuencia, la toma de conciencia de la forma en que la digitalidad ha venido a desplazar la comprensión del mundo y de nosotros mismos. En este momento de decisiones cruciales, es necesario contabilizar las pérdidas normativas y actuar siguiendo los recursos políticos que se han consolidado a lo largo de la historia. La distopía tecnológica no es un destino ineludible. La tarea de superar la alienación tecnológica es una de las tareas principales de la reflexión política actual.
Ante todo, es necesario recuperar la idea de que el mundo es una creación de la misma praxis humana. La idea de que no existen alternativas es una creencia no justificada que ha sido inducida por el mismo sistema sociopolítico que se ha globalizado en la contemporaneidad. En ese sentido, también se puede usar la tecnología para combatir sus efectos negativos, siempre que no la dejemos operar en el trasfondo y seamos inconscientes de los cambios que proyecta en el mundo de la vida.
Al nivel empírico es necesario cuestionar la actual organización digital del mundo. Aquí se da un primer intento, fundamental, de volver a politizar la vida compartida, por los medios que se abren a la humanidad contemporánea. Se debe someter a control la industria tecnológica porque afecta el paisaje político de las generaciones venideras, las cuales tienen que luchar en un mundo cada vez más inhóspito. Las tareas de regulación de la tecnología deberían ser un área en la cual se deben manifestar los esfuerzos más intensos de la sociedad contemporánea.