A Marbella
Jesús Petlacalco
Cuando el arte forma parte de la experiencia de vida de un ser humano, la nobleza es un invitado indiscutible. La naturalidad con la que Marbella comparte su visión de la vida, con sentida gratitud, nos hace pensar que todo es posible cuando la sensibilidad orquesta nuestra existencia.
Ciudades, calles, lugares que hacen vivir a una Marbella de su tiempo, una mujer que no es ajena a aquellos con quienes la vida montó su Teatro existencial, otorgándole, como preciadísimo tesoro su sonrisa. Una sonrisa que honra al existir con genuina gratitud, pase lo que pase.
Mujer hija, mujer madre, mujer hermana, mujer pareja, mujer amiga, mujer huésped y mujer anfitriona, que, en sus escritos, nos comparte la nobleza del ser y del estar. Con una sonrisa sencilla y natural, con una simpleza propia de quienes no están en deuda con la existencia. El ser como apapacho del alma que tiene siempre como invitado al agradecimiento del ser y del existir.
Leer a Marbella, es leer la vida en sí, en cualquier estación, y en cualquier situación, a solas o en compañía de quienes más ha amado. Hay quienes ya no están, pero hay quienes decidieron ocupar un lugar sin lugar, y un tiempo atemporal en el sitio de los privilegiados que es la mente y el corazón. Un corazón de mujer deseosa de hablar de las bondades de una vida difícil y maravillosa a la vez.
Una vida bendecida por lo mejor de ella misma, el amor y la fe. Una Marbella párvula y sin edad. Graciosa, inteligente, sensible, que sabe hacer poesía de las sombras de la mañana, y arte con la ropa tendida al sol, en un cuadro sin moral convenida, y con un vejo de simpleza y sencillez.
A partir de la sencillez de sus escritos, uno recuerda el más intrínseco de los principios del vivir, observar, compartir y charlarle a la vida, como el mejor y más digno acompañante de nuestra existencia.