Mujeres del Opus Dei en México. Entre la modernidad y el retorno a la tradición (1949-1970) Women of Opus Dei in Mexico. Between modernity and the return to tradition (1949-1970)
La investigación analiza la siguiente pregunta: ¿Por qué pudo expandirse en México el Opus Dei entre algunas mujeres profesionistas desde 1949 hasta 1970? El proceso dialéctico que evidencia la identidad de las fieles numerarias, muestra un camino hacia la modernidad al formarse como universitarias para acceder al espacio laboral y un retorno a la tradición con un imaginario común, donde confluyen su deseo espiritual de santificarse y los intereses humanos de la jerarquía masculina y patriarcal que las dirige, que ha aprovechado su mano de obra doméstica y profesional para consolidar intereses mundanos, acorde con el desarrollo capitalista que se afianzaba mundialmente pero envueltos en su religiosidad. El objetivo del artículo se orienta a comprender la complejidad de la construcción de las identidades femeninas en periodos de transición y el propósito compartido con su grupo religioso para mantener sus relaciones de género y sus funciones sociales como mujeres que quieren convencer a otras de sus convicciones en sus espacios educativos, profesionales y de su apostolado. La metodología se sustenta en el análisis histórico del periodo posrevolucionario en México desde 1949 y hasta 1970, que coincide con la difusión y consolidación del Opus Dei en México; los testimonios y entrevistas de numerarias pioneras y las visitas a los centros donde habitan y trabajan muestran el trabajo de campo y etnográfico que argumenta la explicación.
Le travail que nous présentons ici cherche à analyser les raisons qui ont permis à l’Opus Dei de s'étendre au Mexique parmi certaines femmes exerçant une carrière professionnelle, de 1949 á 1970? Le processus dialectique qui témoigne de l’identité des fidèles numéraires, montre le chemin voulu de la modernité qui leur permet par une formation universitaire d’accéder à l’espace de travail et un retour à la tradition fondé sur un imaginaire commun, où se rejoignent leur désir spirituel de sanctifier et les intérêts humains d’une hiérarchie masculine et patriarcale qui les dirige et se sert d’une main d’œuvre domestique et professionnelle pour consolider des intérêts mondains, conformément au développement capitaliste mondial, tout en gardant son empreinte religieuse.
L’objectif de notre article est de comprendre la complexité de la construction des identités féminines, en périodes de transition et le but partagé avec leur groupe religieux de maintenir leurs relations de genre et leurs fonctions sociales en tant que femmes qui veulent en convaincre d’autres dans les espaces éducatifs, professionnels et apostoliques où elles exercent. La méthodologie suivie se fonde sur l'analyse historique de la période post-révolutionnaire du Mexique, de 1949 à 1970, qui a coïncidé avec la diffusion et la consolidation de l'Opus Dei au Mexique.
O artigo trata a seguinte questão: Como construiu-se a identidade feminina das mulheres pioneras do Opus Dei no Mexico entre 1949 e 1970? O processo dialético que conformou a sua identidade, de um lado mostra um caminho cedo a modernidade por meio do acceso a educação superiore y al mercado de trabalho, mas em contrapartida exibe um retorno até papéis de género tradicionais alocados pela hierarquia masculina da organização religiosa, incluindo a realizaçao dos afazeres domésticos dentro das unidades do Opus Dei, como vía para alcançar a santidade. O texto se apoia no uso de arquivos históricos, visita às instalaçoês do Opus Dei e entrevistas em profundidades com algumas das mulheres pioneras da organizaçao. Também relexiona-se sobre as politicas de laicidade e de tolerancia à chegada de novas denominações católicas no entorno anti-secular do Mexico pos-revolucionário.
This paper addresses the following question. How was the feminine identity built among the numerary women of Opus Dei in Mexico from 1949 to 1970? The dialectic process that conformed their identity on the one hand shows an early path towards modernity through higher education and access to the workplace but, on the other, exhibits a return to traditional roles assigned by the male hierarchy of the organization, that included the perform of all domestic chores in the Opus Dei’s facilities, as a path to reach holiness. The paper analyzes these developments using records, visits to Opus Dei’s facilities and in-depth interviews with some of the pioneer members of the organization. It also reflects on laicism and the tolerance of the arrival of new catholic organizations to an anti-secular environment in post-revolutionary Mexico.
La segunda mitad del siglo XIX mexicano fue testigo de la lucha frontal de dos poderes: por un lado la Iglesia Católica defendió su patrimonio, sus fieles, su participación e influencia en la vida política, económica y social del país naciente, sus derechos a educar y a mantener sus órdenes sacerdotales y de monjas y la afiliación al poder papal; por el otro lado hubo un Estado en construcción, débil pero firme que definió de manera muy temprana las esferas separadas de su actuación, garantizó la libertad de cultos e impulsó reformas jurídicas que sustentaron la laicidad y los bienes patrimoniales de la nación. (Gaytán, 2013:355-367)
Las leyes de Reforma de 1857 y más tarde la Constitución política de 1917 sancionaron la separación de la Iglesia y del Estado. Hubo grupos de católicos mexicanos que se resistieron a las medidas liberales y revolucionarias que exigieron que esta institución religiosa mantuviera sus derechos y privilegios centenarios. Estos grupos opositores de larga data tuvieron diversas estrategias desde la formación de un partido católico, el enfrentamiento armado de la Guerra cristera entre 1926-1929, el llamado a incrementar las órdenes religiosas europeas para reforzar la lucha contra los cambios jurídicos del Estado laico y una resistencia cotidiana y vigente con matices. Se puede considerar que: “la construcción del Estado nacional revolucionario no podía hacerse al margen de la construcción del otro, de la reacción, el conjunto de fuerzas contrarrevolucionarias antinacionales.” (Masferrer, 2004:38)
En los años que nos ocupan se desarrollaron muchos frentes para hacer progresar el laicismo sin renunciar a profesar la fe católica, manteniendo lo espiritual en lo privado y la secularización y la laicidad en lo público. Desde esta doble perspectiva, podemos analizar a dos grandes protagonistas de la construcción de la sociedad, posterior a la Revolución mexicana. Por una parte, el Estado mexicano avanzó con la implementación de un estado laico con políticas sociales que marginaron a la Iglesia, con una nueva Constitución y con una sociedad diversa.
Por su parte, la Iglesia Católica caminaba de forma paralela acompañando dicho proceso al abrir los espacios a grupos carismáticos como el Opus Dei, fortalecidos por la presencia de los laicos que maniobraron en el mundo con sus derechos civiles plenos y sus actividades productivas, mientras se mantenía una espiritualidad individualizada y corporativa que se difundía discretamente, para cristianizar e influir en el mundo civil. Es decir, la Iglesia Católica, al resistirse luchando frente al Estado, consolidó el proceso laico en sus propias formas.
Para esta investigación he marcado la periodización a partir de la década de los cuarenta del siglo XX, en el marco de los gobiernos civiles post revolucionarios, con referencias a distintos momentos históricos del devenir de la Obra iniciada en los años de 1949 y 1950, respectivamente con la llegada de Pedro Casciaro y de Guadalupe Ortiz de Landázuri y su consolidación en los sesenta.
Las hipótesis que se discuten parten del contexto histórico de un México en vías de modernización, que requería de una sociedad laica que facilitara la implementación de políticas públicas tendientes a la industrialización, al desarrollo capitalista con base en el trabajo asalariado consensuado con los sindicatos y en el llamado a la unidad nacional y a la estabilidad social, donde ya no hubo cabida a radicalismos sociales ni religiosos.
La Iglesia recibió mensajes de acercamiento con el poder político para implementar los cambios. A partir de entonces, los desencuentros entre poderes civiles y eclesiásticos fueron de baja intensidad y con mutua y oculta tolerancia en lo que se denominó modus vivendi. Este entendimiento entre el gobierno y la Iglesia católica mayoritaria duró cincuenta años en un periodo que va de los años cuarenta hasta 1992. De esta manera, la Iglesia Católica actuó con mayor libertad, pero con cautela y comenzó a recuperar espacios en la vida social al reclutar a grupos de fieles con una formación religiosa acorde con el carisma propio.
En este contexto llegó a México la propuesta llamativa y exclusiva para los elegidos del carisma del Opus Dei, sustentada en el bienhacer del trabajo cotidiano y el apostolado entre iguales ofrecidos a Dios para construir en la Tierra un camino hacia la santidad. Entre sus fines ocultos y muy mundanos se propusieron llegar a las personas y familias con alto poder adquisitivo y poder político para implementar relaciones de negocios, de cara a aprovechar el llamado desarrollismo que el presidente Miguel Alemán encabezó.
El doble propósito fue organizar a un grupo de fieles mexicanos que adoptaron el reto de alcanzar el éxito en sus actividades económicas y restaurar el poderío perdido de la Iglesia, a manos de los revolucionarios. Creyeron contrarrestar el creciente laicismo y el ambiente anticlerical, mediante una recristianización de la sociedad mexicana con el éxito en sus actividades; las clases medias y altas, hispanófilas y católicas fueron las receptoras.
Una segunda hipótesis sustenta que existe un imaginario común que uniforma el discurso de los fieles de esta congregación, que se inicia con la inducción del llamado divino para solicitar la admisión en el Opus Dei: sus miembros mencionan haber sentido repentinamente una necesidad espiritual o alguna circunstancia que interpretaron como un hecho divino de ser elegidos para alcanzar la filiación con el Padre fundador Josemaría Escrivá de Balaguer.
Este llamado es una construcción humana del grupo religioso que busca condiciones psicológicas y religiosas en las y los candidatos para ir conformando percepciones mediante una serie de ritos de paso que han sido preestablecidos por el grupo dirigente. Las mujeres fueron puestas a prueba en sus convicciones religiosas de cara a un incipiente feminismo que ellas habían adoptado, al buscar alternativas laborales al hogar y formarse profesionalmente que podemos ilustrar como un camino hacia un camino diferente y un retorno a la tradición.
1. Laicidad en México y la otra manera de ser laicos en el Opus Dei
Transcurría el mes de marzo de 1950 y tres jóvenes españolas llegaron al aeropuerto en la Ciudad de México procedentes de Madrid, España. Sus nombres fueron Guadalupe Ortiz de Landázuri, Manuela Ortiz Alonso y María Esther Ciancas. Estas mujeres llegaron con una encomienda que les hizo un hombre al que llamaban Padre, quien las enviaba a administrar y atender en sus necesidades domésticas, al primer centro del Opus Dei en México, donde vivía desde 1949 un puñado de jóvenes profesionistas mexicanos que eran médicos, militares y abogados que aceptaron el llamado del sacerdote español Pedro Casciaro, para afiliarse a la Obra. (Entrevistas con el padre César García Sarabia, 1997)
Las españolas recién llegadas debían ocuparse del trabajo doméstico y supeditarse a las órdenes de don Pedro -como le decían al joven sacerdote de 35 años-, quien llegó un año antes a sentar las primeras bases del Opus Dei en tierra americana. Al traer a las mujeres a desempeñar las tareas mencionadas, se repetían en México las disposiciones del instituto secular que inauguraba su estatus jurídico, promoviendo en tierras mexicanas la división del trabajo, sustentada en los roles tradicionales de supremacía masculina y subordinación femenina, donde los hombres numerarios se enfocaron a promover las labores de expansión del Opus Dei en el ámbito mexicano, mientras que las mujeres debían atender los requerimientos del hogar para que ellos pudieran, plácidamente, dedicarse a sus profesiones y apostolado al recibir los servicios y atenciones. Este trabajo femenino doméstico tiene que ser tan discreto que se oculta a la mirada y agradecimiento masculinos
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Amparo Arteaga me envió una carta en 1997 donde describió sus experiencias como primera numeraria de México y de América. La mandó desde su casa del Opus Dei en Guadalajara, Jalisco, donde vivió sus últimos años.
Las características de la Obra: dos secciones, de hombres y de mujeres, no nos conocemos, no nos tratamos; tenemos apostolados iguales, cada quien en su ámbito; tenemos el mismo espíritu, el mismo Fundador y Padre, tenemos gobierno y economía propios […](Carta de Amparo Arteaga, 1997)1
Don Pedro se había establecido en un barrio bien urbanizado que era habitado por las nuevas clases acomodadas de la ciudad; fue acogido por la pudiente colonia española no republicana y, con su apoyo, comenzó a hacer proselitismo entre jóvenes profesionistas con capacidad económica y buenas relaciones en la academia y en el poder, para iniciar su labor proselitista entre jóvenes. Buscó también a personas que le proporcionaran recursos y privilegios de todo tipo para avanzar rápido en el camino de la propagación de la Obra.
Al llegar, un año más tarde, las mujeres para hacerse cargo de la casa Nápoles, llamada así por ubicarse en la calle de ese nombre, don Pedro buscó de inmediato el acomodo de ellas en una casa cercana a su propio domicilio para que se facilitaran las tareas de las jóvenes recién llegadas. Así, inauguraron la primera casa de mujeres, denominada Copenhague, por estar localizada en esa calle. La primera numeraria mexicana evoca el día que conoció a las españolas: “estaban rodeadas de chicas universitarias. La mayoría eran estudiantes de Química que cosían y bordaban. Estas reuniones de trabajo y plática entre mujeres permitieron tejer los lazos de amistad para acercarlas a la Obra.” (Arteaga, 1997)
Desde 1949, el padre Casciaro se ganaba la confianza de jóvenes universitarias mexicanas como Amparo Arteaga y otras universitarias más que acudieron gustosas a recibir la dirección espiritual del atractivo sacerdote español a quien recuerdan, como un hombre muy simpático, con “humor inglés”, de mirada azul, elegante y de maneras diplomáticas.
El padre Casciaro es un personaje que retrata el gran compromiso, filiación al Fundador y capacidad de movilidad que tuvieron los laicos y, más tarde, los sacerdotes laicos, muy cercanos al Padre. Consiguió hábilmente que Luis María Martínez, el arzobispo primado de la ciudad de México bendijera personalmente, en 1949, el primer santuario de su casa, para poder oficiar misa. Una gran deferencia para un sacerdote desconocido que había llegado unos meses antes. Al haber escogido a monseñor Gastone Mojinsky-Perelli, consejero de la Delegación apostólica en México como su consejero espiritual, don Pedro denotaba su oportunismo para relacionarse también con la jerarquía diplomática del Vaticano.
Luego de su esfuerzo por levantar esta asociación, en México, se fue a Roma los años de 1959-1968 como Procurador general de la Obra y dirigió la promoción del Opus Dei en África, donde se apoyó en numerarias como la mexicana Alfonsina Ramírez Paulín; se movió con mucha inteligencia en todos los círculos de la influencia eclesiástica, para irse acomodando a las circunstancias de la Iglesia católica mexicana. (Pedro Casciaro, 1994)
Mientras la iniciativa creció en México, el padre Escrivá de Balaguer, su fiel sacerdote numerario Álvaro del Portillo y Díez Sollano y otros cercanos colaboradores de la etapa de la consolidación de la Obra, consiguieron en 1950 el reconocimiento como instituto secular para esta congregación de fieles laicos y sacerdotes propios (Bernal, 1976). Ellos se movieron en los corredores del Vaticano, con habilidad ambiciosa, para alcanzar influencias generadoras de apoyos crecientes en la sede eclesiástica; sus buenos oficios con la dictadura franquista y con algunos obispos españoles ya los habían posicionado entonces como un grupo que creció bajo su sombra, bajo la mirada disgustada de los jesuitas y otras órdenes que vieron minar su poderío.
En Roma, buscaron a los obispos mexicanos Abraham Martínez y Fernando Ruiz que fueron susceptibles a sus voces. Abraham Martínez de la diócesis de Tacámbaro Michoacán, fue un pilar fundamental de las tareas proselitistas de Guadalupe Ortiz de Landázuri (Eguíbar, 2001). Estas primeras jovencitas pobres que fueron convencidas por ambos para trasladarse a la ciudad de México para trabajar como “criadas” del servicio doméstico, dieron el paso a la categoría de numerarias auxiliares y, más tarde, a las escuelas llamadas de hostelería que las capacitaba para trabajar en los diversos centros de la Obra. Estas labores se ampliaron en 1955 a Guatemala y Centroamérica. (Rodríguez Pedrezuela, 1997)
Al ser capacitadas como numerarias auxiliares para “el apostolado de los apostolados”, como Escivá de Balaguer definió a las duras tareas del trabajo del hogar, liberaron a las otras numerarias de hacerlo; el clasismo y racismo fueron evidentes en esta división del trabajo doméstico que dio las bases para la educación diferenciada entre las mujeres numerarias blancas, como administradoras y las pobres e indígenas orientadas al trabajo doméstico.
El arzobispo de Yucatán, Fernando Ruiz Solórzano también fue estimulado a colaborar con la Obra y firmó un breve prólogo al libro Camino, el breviario que es el texto de cabecera de los fieles del Opus Dei, escrito en 999 puntos por el padre Escrivá, mismo que es difundido por las y los numerarios en México, al regalarlo o venderlo para atraer adeptos, desde entonces.
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Esta insuficiencia de recursos le hacía decir al Padre que “La Obra ha sido pobre desde sus comienzos, y lo será siempre ya que el Señor no dejará nunca de pedirnos más labores apostólicas, más iniciativas, más gastos de dinero y de personas en su servicio […]” citado en Bernal, 1976: 281.
La entrega de las percepciones salariales de los numerarios eran insuficientes2 para cubrir los gastos personales, de la casa, de la difusión del carisma en México y para enviar excedentes que solventaran los gastos de la sede del Opus Dei en Roma por lo que se recurrió a los donativos de personas pudientes.
Las familias ricas hispanófilas y católicas fueron sensibilizadas primero por don Pedro y luego por los numerarios y las numerarias para que dieran aportaciones en especie como fueron muebles, telas, alimentos y hasta enormes haciendas abandonadas o escasamente productivas. Con los bienes inmuebles que solicitó don Pedro a familias como los García Pimentel que le donó Montefalco (García- Pimentel, 1993) o a Teresita Orvañanos que le regaló la hacienda de Toxi, se iniciaron dos estrategias para no violentar las leyes mexicanas que prohibe a las congregaciones religiosas tener bienes inmuebles e impartir educación y son: formar patronatos con los numerarios y supernumerarios y fundar instituciones asistenciales y educativas a nombre de dichos patronatos. Así, de esta manera, en 1992, se registra el Opus Dei como asociación religiosa ante el Estado mexicano, con la declaración de no poseer bienes inmuebles, porque están en manos de asociaciones civiles.
En este contexto de los santos sablazos, desde los años cincuenta, consiguieron personas influyentes de la Secretaría de Hacienda que en los años cincuenta y con la cercanía con el secretario de Hacienda Ramón Beteta Quintanase se les habría autorizado la deducibilidad de impuestos de los donativos que recibiera. Más tarde, las esposas de los presidentes Adolfo López Mateos y de Gustavo Díaz Ordaz visitaban sus centros como Montefalco. Sus aspiraciones de cercanía con el poder se cumplieron muy pronto.
Las congregaciones vieron con mucha reserva a esta discreta y casi secreta asociación de fieles que les quitaban a sus fieles y donativos y advirtieron, con frecuencia, a los padres que no permitieran que sus hijas cayeran en manos de una institución que no se hacía responsable de la seguridad, al carecer de los muros de los conventos. Esta condición de puertas abiertas era lo atrayente para los jóvenes laicos. Esta condición fue para las jóvenes laicas universitarias una alternativa que les permitía vivir como mujeres religiosas en el mundo, pero resguardadas entre ellas.
Las estrategias de la búsqueda jóvenes y los métodos eran desconocidos o fueron tolerados por las autoridades civiles, porque no trascendieron, salvo algunos casos, al conocimiento público. Los perfiles de las jóvenes reclutadas, desde los años cincuenta, tuvieron apellidos como Pino, Chávez, Morones Prieto, Madero, Calles, etc., de resonancia política, otros no eran relevantes.
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Otro grupo católico muy fuerte que rivaliza con ellos por las preferencias de los ricos son los Legionarios de Cristo, fundado en México por el padre Marcial Maciel, en 1941.
La opción preferencial por los ricos y por las jóvenes profesionistas, desde los inicios, se atestiguaba por ellos al vivir en zonas residenciales y buscar a hombres y mujeres ricos, de apellidos conocidos y si eran profesionistas con deseos de incorporarse al mercado laboral mejor.3 Estos sectores de fieles se describen como:
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La continuidad del conservadurismo de estos católicos se ha ratificado en su oposición a la Reforma, Revolución mexicana, los gobiernos posrevolucionarios y, ahora, con la denominada Cuarta transformación o 4T.
los católicos integristas de clase alta o de la teología de la prosperidad4 que se caracterizan por desarrollar tecnologías y prácticas sociales que combinan la adhesión a la doctrina de la Iglesia con ideologías clasistas de la alta burguesía. Son la oposición estructural a la teología de la liberación. La opción preferencial por los ricos, quienes apoyándose en ciertos pasajes de la Biblia asignan un papel de elegidos a este sector social. Vinculados con los grupos empresariales más adinerados, han estado siempre en íntimo contacto con el poder político y económico. (Masferrer, 2001)
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En muchos lugares del centro del país, viven los católicos de la zona cristera, tradicionalista y militante donde fue rechazado el Opus Dei; con los años han tenido alguna apertura hacia esta Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei.
Se localizan geográficamente en el centro5, occidente y norte del país, precisamente en algunos sitios donde la Obra de Dios fue aceptada desde sus comienzos en Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Culiacán. Esta pertenencia ubica a algunas de ellas como pertenecientes a familias que impulsaron la Guerra cristera y, más tarde, fundaron al conservador Partido Acción Nacional y han apoyado a las jerarquías eclesiásticas con Juan Pablo II a la cabeza.
El capitalismo rechazado por su materialidad e individualismo en el discurso tradicional de la Iglesia Católica tuvo en el Opus Dei una salida airosa que ha retenido a las clases ricas, afines en el ámbito de un catolicismo complaciente.
Una iniciativa más que corrobora su preferencia hacia los ricos fue la creación, en 1967, de la primera escuela de negocios mexicana, que presume de darle sentido ético a los negocios, como lo anuncian en sus boletines con enorme orgullo, al mencionar al Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas-IPADE-. El espíritu de la Obra mundano se consolidó con esta iniciativa empresarial donde los poderosos apellidos mexicanos Azcárraga, Senderos, Vargas o Galindo dan la certeza del éxito. Los profesores del IPADE han sido numerarios como Carlos Llano y numerarias como Leticia Almeyda, junto con colaboraciones de exitosos empresarios mexicanos, algunos de ellos supernumerarios.
Esta iniciativa educativa del IPADE ha reunido, desde 1967, a muchos empresarios que se consolidan en sus visiones del mundo, dividido por jerarquías que otorgan el poder y el dinero. Pedro Casciaro lo dirigió espiritualmente y las ricas haciendas han sido los marcos de los encuentros de retiros espirituales para hombres de negocios por un lado y de sus esposas por el otro.
Recientemente, con la inminente presencia femenina en el mundo empresarial abrieron el CIMAD, el Centro de Investigación de Mujeres en la Alta Dirección, que atrae a mujeres exitosas en el mundo de los negocios mexicanos; entre otros fines, está el acompañamiento de las mujeres a los hombres empresarios y tratan de fomentar los negocios donde las mujeres deben estar a la altura de las empresas de la familia; la numeraria María del Carmen Bernal dirige este Centro.
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https://www.ipade.mx/centros-de-investigacion/cimad/ Consultado el 2 de agosto de 2019
Entre los objetivos del CIMAD se encuentran: investigar y difundir permanentemente la realidad de la empresaria y directiva a través de publicaciones periódicas, ofrecer programas de formación con la finalidad de desarrollar las competencias de la empresaria y directiva para el manejo de su papel como líder en la sociedad y en la familia. Facilitar el networking para ampliar el ámbito de influencia de la directiva y empresaria, a través de foros, conferencias y seminarios, así como diseñar y promover esquemas innovadores de relación mujer-empresa-familia y proponerlos a la sociedad6.
En síntesis, los políticos mexicanos ocupados en sus propios intereses, negoció con la Iglesia, en un marco jurídico donde se ampliaba el derecho a la libre creencia, libertad de cultos con el impulso de la laicidad y delimitó la incidencia de las religiones en las políticas públicas. La profesión de la fe se marginó porque ningún servidor público podía expresar posturas sobre temas sociales acudiendo a normas religiosas. El Opus Dei buscó la forma de violar estas disposiciones acudiendo a los resquicios que las leyes, las políticas públicas y a los miembros laicos
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Las reformas neoliberales alcanzaron a la libertad de religión y el reconocimiento de las diferentes iglesias, en México, según el artículo 130 de la Constitución Mexicana vigente.
Las leyes anticlericales se mantuvieron hasta 19927 cuando el modelo neoliberal impuesto por los economistas y políticos mexicanos requirió nuevamente del apoyo de las jerarquías religiosas, particularmente de la Iglesia católica. El milenio generó inquietudes y las opciones religiosas y esotéricas se multiplicaron; la Iglesia y sus grupos afines como el Opus Dei han debido revisar nuevas estrategias para mantenerse como la mejor opción religiosa.
El caso del carisma del Opus Dei fue una respuesta y lo sigue siendo desde 1949 para quienes gustan de vivir su fe rodeados de bienestar, disfrutando la acumulación de ganancias, ejerciendo labores filantrópicas, manteniendo el statu quo económico y político. Por su confluencia con el capitalismo de la posguerra y, más tarde, con el neoliberalismo permanece vigente y sigue manteniendo el discurso de su carisma espiritual y a la vez niega toda referencia a la mundanidad de sus éxitos empresariales.
Sus miembros se miran a sí mismos como un conjunto de laicos elegidos que viven con sentido ético su buena posición en la vida. Son conservadores en sus posturas políticas al mantenerse ajenos a los cambios sociales y apoyan al gobierno que esté en el poder, si reciben privilegios.
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La folletería que han escrito y difundieron durante el pontificado de Juan Pablo sobre la teología de la liberación era una pauta continua en Latinoamérica. El antifeminismo se expresa en escritos y en el seguimiento que hacen a algunos eventos y posturas feministas para refutarlas.
No son militantes abiertos de alguna causa, pero motivan a sus mujeres y hombres laicos numerarios y supernumerarios a detener la libertad sexual, el aborto, la homosexualidad y urgen a preservar a la familia y a la persona. Dos excepciones a la militancia abierta es su combate a la teología de la liberación8 y a los avances del feminismo.
2. Las mujeres del Opus Dei, libres y conservadoras
¿Por qué mujeres jóvenes, de buena posición, bellas y fuertes pueden renunciar a la vida familiar, al amor de un esposo, al desarrollo personal y profesional para dedicarse a buscar la santidad? La respuesta la dan dos pioneras mexicanas:
Mira, yo pienso que en el momento en que te das cuenta que Dios te llama a eso, dedicas tu vida al servicio de esa causa” y concluye: “yo quería terminar mi carrera, visitar Europa, pasear por Italia; conocí la Obra pensé realizar mi proyecto, después ingresar a la Obra, pero no, decidí entrar. (Hortensia Chávez :1996)
La primera numeraria afirma: “[... ] el comprometerse así nomás, no es con una institución, se compromete uno con Dios y es el origen, el camino y el fin último de esa institución”. (Amparo Arteaga :1997). Amparo con su licenciatura en Letras inglesas ya terminada y a punto de irse a Monterrey no dudó y su admisión fue casi inmediata. Hortensia por ser menor de edad y ante la oposición de su padre ateo y anticlerical debió esperar cuatro años, hasta su mayoría de edad. Guadalupe la vigiló.
María Esther y Manolita comenzaron su apostolado en el reclutamiento de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras donde entraron a estudiar cursos de Historia. Las tres españolas acompañadas de algunas mexicanas abrieron espacios para su actividad proselitista, ayudadas por sus maneras finas en el trato amable, su habla suave, la elegancia discreta de sus formas al vestir y la persistencia para acercarse a las personas elegidas para que solicitaran su adhesión. Ser españolas les atrajo la confianza de las mujeres con algunas inclinaciones religiosas.
Los perfiles de las candidatas debían ofrecer liderazgos o buenos recursos; debían ser solventes para pagar los gastos que generaran su manutención y vivienda a la altura de las posibilidades de las casas y centros de la Obra. Si contaban con la aprobación de la familia era mejor, si no era el caso, con que fueran autosuficientes, eran aceptadas.
La fuerza de la juventud fue un requisito indispensable porque suma la vitalidad y la buena salud para soportar los grandes esfuerzos físicos que la admisión exigía. Este testimonio confirma la regla porque esta pionera tuvo que ser revisada por varios doctores que certificaron que, aunque su salud no era buena, podía soportar las exigencias de la Obra y se mantuvo en su decisión, desde los años cincuenta hasta 2012, año en que murió. (Anita Uranga 1997)
En la época que llegaron las españolas hubo controversias y escándalos sobre el Opus Dei, definido como una secta herética que secuestraba a jovencitas (Entrevistas con Hortensia Chávez, 1996 y 1998). Otro testimonio señala que, en Montefalco, todavía a fines de los años noventa, después de más de 40 años de permanencia en la hacienda de Montefalco, los lugareños han mantenido resistencias y desconfianza hacia la Obra porque allí “pescan a las jovencitas.” (Arias, 1997)
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Las y los cooperadores son personas que no se afilian a la Obra, pero aportan donativos.
Las tres pioneras numerarias que llegaron a México tuvieron destinos diferentes; la más recordada, como ejemplo de la mujer perteneciente al Opus Dei, es la doctora en Química Guadalupe Ortiz de Landázuri, que ha llegado a los altares recientemente como Beata. La historiadora del arte María Esther Ciancas desertó, se casó en México, pero se mantuvo como cooperadora9 hasta su muerte, por esa razón la Obra la mantiene en su memoria.
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Antonio Rodríguez Pedrezuela escribió sus memorias sobre la promoción de la Obra en Centroamérica y toma este testimonio de la primera numeraria auxiliar. Hay una estructura similar en las obras apologéticas sobre la difusión de la Obra.
La más olvidada es la licenciada en historia Manolita Ortiz, tal vez por su entrega total a los trabajos de la administración y atención y cuidados como operaria, sin haber destacado profesionalmente. Esta dedicación a las labores domésticas la marginó. El retrato de Manolita lo testimonia Marta Cojolón, la primera auxiliar de la Obra en Guatemala, quien dice10:
Manolita era una mujer muy trabajadora y rápida; ella solita hacia toda la limpieza de la casa, baños incluidos. Así me enseñaba a trabajar, lento, lento […] su modo de trabajar y lo que me decía me animaban mucho, porque vi como ella, que era una señorita española, distinguida, bien educada y con carrera no tenía reparo en hacer lo que fuera. [...]
La beatificación de Guadalupe, en 2018, se sustenta en un milagro médico y en la devoción inducida de jóvenes mujeres que estudian en centros o habitan en las casas o residencias estudiantiles y que ven en ella el ejemplo a seguir como mujer profesionista, disciplinada, siempre de buen humor que supo vivir su enfermedad cardíaca, ofreciendo sus malestares como pasos hacia la santidad. Sin tener nada extraordinario, Guadalupe es resaltada por lo ordinario de su vida. Ella ejemplifica a una mujer que se forma profesionalmente y retorna, sin dudas y de manera dogmática, a un nido familiar especial: la casa del Opus Dei.
En esta asociación de fieles, toda santidad se va construyendo con mucho cuidado; no se improvisa. Esto lo ejemplifican el Padre y la única Beata de la Obra. Del Padre se fueron recogiendo todos los testimonios de su vida en las voces de sus seguidores, desde que él fundó su grupo religioso. Se guardaron sus objetos personales, se dio seguimiento a sus actuaciones en todos los santuarios y países que visitó. Como hombre que gustaba de la modernización tecnológica, sus programas se grabaron y atestiguan el impacto de las reuniones multitudinarias y la veneración que despertaba entre sus fieles.
Él y su círculo cercano promovieron la difusión mediática de sus presentaciones. Se fomentaba diariamente y en todo momento, la admiración y se repetían una y otra vez sus anécdotas. Mientras vivió todos quisieron conocerlo. Así se creaba el imaginario común del amor filial hacia el Padre. Todas las que lo conocieron resaltan su privilegio de verlo, aunque a veces se redujo a que él preguntara: ¿Cómo estáis? O bien solo lo vieron oficiar misa a los varones, mientras ellas asistían ocultas a su vista; algunas tuvieron tertulias con él en sus centros.
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Tiempo de caminar de Ana Sastre y El Hombre de Villa Tevere de Pilar Urbano.
Se escribieron muchos libros sobre el Fundador por los numerarios y dos numerarias:11 Pilar Urbano, periodista española muy reconocida que ha escrito sendos libros sobre el rey Juan Carlos y sobre la Reina Sofía, y la médica Ana Sastre, quienes ratifican su pertenencia como numerarias. Ana señala que los dos grandes momentos de su vida es haber permanecido en la Obra como numeraria y ser doctora en medicina. Sus libros alcanzaron enorme difusión entre las decenas de miles de los fieles, satisfechos por la santidad anunciada para el entonces Beato, muerto en 1975.
En lo que respecta a la beatificación de Guadalupe fue elegida por su apego al Padre y por ser su admiradora más fiel. Durante su estancia de seis años en México, le escribió cada una de sus tribulaciones y logros. Luego, al ser llamada a Roma para dirigir actividades en la Asesoría central, sus archivos se agrandaron. Cada una de sus cartas y testimonios sobre el Padre y sobre ella se archivaron en la sede central, como muchas otras, pero en el caso de ella, al ser elegida tuvieron el objetivo de ser utilizados para documentar su causa de beatificación.
La numeraria Mercedes Eguíbar Galarza reunió toda la información sobre Guadalupe, vino a México a entrevistar a sus colegas y auxiliares y a conocer los espacios donde vivió y a las personas que convivieron con ella, para escribir el libro: Guadalupe Ortiz de Landázuri. Trabajo, amistad y buen humor, publicado en 2001. Mercedes Montero, numeraria española publicó en este año 2019 En vanguardia. Guadalupe Ortiz de Landázuri 1916-1975, en cuya reseña se afirma: “Falta por descubrir la vida de algunas personas que formaron parte de la vanguardia en el avance social de la mujer y una de ellas es Guadalupe Ortiz de Landázuri”.
Este párrafo ilustra la apropiación de un discurso feminista. Ellas han combatido y combaten en todos los frentes educativos y públicos, todo movimiento que se oriente a la libertad sexual y reproductiva y al alejamiento de los roles complementarios de predominio-subalternidad que distancie a las mujeres de la familia. Con matices y a lo largo de sus noventa años, la Obra ha ido de negarle la aceptación en la Obra a mantenerla con condicionamientos donde la división sexual y los roles de género no deben sufrir cambios; pero, pragmática comienza a aceptar la doble jornada femenina que, por cierto, desde los cincuenta, tienen algunas de sus numerarias.
La ex numeraria María del Carmen Tapia, contemporánea de Guadalupe y expulsada de la Obra, expresó su testimonio escrito en los años setenta en su libro Tras el umbral. Viaje al fanatism. Se expresó sobre Guadalupe con duros comentarios sobre su apego enfermizo hacia el Padre, el dogmatismo hacia la Obra, la intolerancia, la ortodoxia y la falta de amistad y de solidaridad hacia las numerarias que se salían de las normas y rituales.
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La biblioteca de la Universidad de Guanajuato lleva el nombre de su esposo y la sección de historia del arte de la misma biblioteca el de ella.
María Esther Ciancas, en la entrevista que me concedió, hace algunos años me comentó que Guadalupe era dura de carácter, y se caracterizó por el autoritarismo, la necedad para conseguir vocaciones, la presión sobre las candidatas mexicanas y la frugalidad para comer, así como por la férrea administración de recursos que se evidenciaba en la mala calidad de los alimentos consumidos por las habitantes de la casa. También señaló su incansable actividad y que todo esto, en conjunto, fueron algunos motivos para que María Esther se presionara a tal grado que acudió a su madre para que pidiera la autorización del Padre para renunciar al Opus Dei. Su solicitud fue aprobada, pero siguió colaborando con donativos. Más tarde y al proseguir sus estudios sobre historia del arte, donde se especializó en los conventos poblanos, se casó con el historiador Wigberto Jiménez Moreno12. Su amena historia testimonial no pudo ser concluida en nuestras entrevistas porque recibió la visita de mujeres numerarias que le prohibieron que me diera más información.
Manolita Ortiz realizó una gran actividad proselitista en la Ciudad de México. Fue enviada, en 1954, por Don Pedro y por Guadalupe a la ciudad de Culiacán, en el norte del país para acompañar a la historiadora y numeraria Cristina Ponce Pino que debió desplazarse a cumplir con su trabajo, como profesora de una escuela secundaria (Entrevista con Cristina ponce Pino, 1998). Allí, se relacionaron con mujeres ricas para establecerse y obtuvieron recursos que culminaron en la fundación de una escuela para niñas de Culiacán. En 1955, la escuela se edificó y así se dio paso a la primera iniciativa educativa para niñas y jóvenes ricas en México bajo los auspicios del Opus Dei. Un patronato de señoras supernumerarias impulsadas por Cristina y Manolita la hicieron posible.
El pragmatismo de Don Pedro y el apoyo incondicional de Guadalupe estaban detrás de esta actividad. La domesticidad de las numerarias dio un giro para ser educadoras de niñas y orientadoras espirituales de sus madres; continuaron en sus casas, pero, sin tener obligaciones domésticas. Se daba otra división laboral entre las numerarias, después de la de las auxiliares
Manolita se fue en 1955 con dos numerarias mexicanas Aurora Piero, Margarita Sánchez y las auxiliares indígenas Ceferina Miranda, Amalia Riola y Josefina Saucedo a Guatemala y Centroamérica a apoyar la difusión del Opus Dei, iniciada por los sacerdotes españoles Antonio Rodríguez Pedrezuela y José Luis Báscones y a repetir el procedimiento de expansión que se dio en México. La currícula es diversa para la capacitación de las auxiliares: conocimientos básicos, formación espiritual y arreglo personal:
las instructoras de las clases prácticas fueron [las numerarias auxiliares] Miranda, Riola y Saucedo. Enseñaban técnicas culinarias, de limpieza, de lavandería y recepción. Además, Matemáticas, Estudios sociales, Ciencias naturales y Lenguaje (gramática, redacción, escritura, lectura del idioma castellano). Esas materias las impartían maestras guatemaltecas que ofrecían su trabajo gratuitamente. Se enriquecía a las alumnas, además, con formación humana, en detalles de arreglo personal, hábitos sociales y virtudes para la convivencia. También se les ofrecía formación cristiana doctrinal y espiritual –catequesis, visitas a los pobres, clases doctrinales, meditaciones, retiros, etc.– en las que libremente podían participar. (Sagarra, 2013: 359)
3. Un imaginario común para el retorno de las mujeres universitarias al espacio tradicional
La inteligencia, audacia y modernidad de estas mujeres quedan evidentes porque fueron capaces de rebasar a las mujeres de su tiempo, al incorporarse a los estudios universitarios en medio de jaloneos con la propia familia que las quería detener porque al fin se casarían y el marido les proporcionaría todo; no lo creyeron así y optaron por el esfuerzo personal y abrirse al mundo.
Poco tiempo después, las más hábiles evitaron su reducción en la consignación de sus tareas domésticas para moverse a otros espacios geográficos y para estudiar doctorados en teología, en filosofía o en pedagogía ya fuera en la Universidad de Navarra en España o en el Colegio Romano de Santa María, erigido en 1953, donde ya numerarias de México pertenecieron a la primera generación, en 1954.
Otras, con liderazgo femenino fueron enviadas a explorar nuevos espacios de apertura al apostolado y a la consecución de negocios, vía las escuelas de capacitación para numerarias auxiliares o bien centros educativos para las clases pudientes en México. Del primer grupo de numerarias salieron rumbo a los Estados Unidos, Carmen Chávez Samaniego- hermana mayor de Hortensia- y Gabriela Duclaud. Ya no regresaron a México. Otras fueron a Europa y a África y regresaron como la pedagoga Alfonsina Ramírez que estuvo varios años en Kenia. Muchísimas mujeres numerarias mexicanas se expandieron hacia América Latina.
Cada una de las mujeres de la Obra afirma haber sentido el llamado divino a la vocación de entrega al carisma de trascender en lo cotidiano de sus vidas comunes. Algunas lo percibieron como una inquietud espiritual; otras, como un deslumbramiento; algunas, más como una ansiedad compulsiva que las motivó a solicitar de manera inmediata o en poco tiempo la admisión.
El conocimiento de cada una de las prácticas rituales, los horarios y las prohibiciones que iban a vivir, así como las renuncias a muchas cosas de la vida cotidiana se les fueron mostrando poco a poco, en el período de prueba y ya que habían pedido la admisión, se fueron alejando de una vida común y corriente que se les había prometido antes de entrar. El procedimiento de atraer vocaciones ha tenido pocas variaciones con el tiempo; al principio Guadalupe aceleró y presionó las decisiones de las pioneras, pero con el tiempo el proceso se concretó en rituales que han tomado más tiempo.
Todas escribieron al Padre, pero estas cartas se quedan almacenadas en el archivo personal que se lleva de cada una, desde que son candidatas a pitar. Es decir, cada mujer que pide ser admitida, convencida de haberlo hecho con libertad; en realidad, fue considerada por otra numeraria quien la eligió para hacer su apostolado. Los testimonios de las ex numerarias que aparecen en www.opuslibros.com declaran esta manipulación permanente entre mujeres.
Por los testimonios de las desertoras o expulsadas que hablan en esta página conocemos los ritos de paso para afianzar su identidad. El primer rito de paso a que son sometidas, sin percibirlo, es la escritura de la carta, es la parte más complicada del proceso de construcción de la identidad de la mujer que transita a ser numeraria. Las prácticas religiosas, la dirección espiritual, las actitudes amistosas, el buen ambiente y el trato personalizado son parte de este primer rito. Al pitar, se irán a vivir a una casa del Opus Dei.
Las casas de mujeres cuentan con una directora y con una secretaria que llevan el registro y el control de cada una de las actividades y prácticas obligatorias cotidianas que deben ser cumplidas como parte del plan espiritual adecuado a la actividad laboral.
Los horarios son fijos y poco flexibles y llevan un ritmo monacal: la hora de levantarse, de comer de conversar, del descanso y de los sacrificios corporales que deben aplicarse puntualmente. Las lecturas de libros y periódicos son vigiladas y responden a limitaciones que los hombres de Roma determinan como un índice que permite y prohíbe determinados autores y libros. Los programas televisivos son controlados; al cine se acude muy pocas veces, las vacaciones siempre se hacen en grupo, las visitas a la familia van de la prohibición a la restricción, según la postura familiar frente a su decisión de pertenencia.
En vida del Padre, las numerarias no tuvieron libertad ni para cuidar a sus padres enfermos o compartir fiestas familiares; la ropa que se usó era prescrita; también respondió tanto a las limitaciones de recursos como a actitudes restrictivas y moralistas. Su buen humor está prescrito, también sus modales y gestos se ajustan a las clases de tono. El retorno a la tradición del sometimiento patriarcal marginó sus ansias de libertad.
El apostolado se lleva simultáneamente con la propia preparación; el segundo rito de paso es la ceremonia de oblación después de tres años consecutivos de reafirmar su pertenencia, cada 19 de marzo, día de San José.
A la oblación, le sigue el rito de paso definitivo que puede variar en duración; se denomina de fidelidad. Hasta este momento las numerarias pueden ser consideradas completamente admitidas con derechos y obligaciones y pueden ser directivas de alguna casa, región o sección femenina. El periodo para tomar el rito de paso de la fidelidad es variable; dependerá de las relaciones de la aspirante con sus autoridades y de su historial. Las páginas web de ex miembros de la Obra, afirman firmar un contrato civil y hacer un juramento de cumplir con las virtudes de obediencia, castidad y pobreza.
El cumplimiento de estas virtudes son determinantes para la permanencia y al fallar pueden ser castigadas, removidas, desplazadas o expulsadas. Cuando estas situaciones llegan al extremo de la expulsión, no hay consideración por el tiempo pasado, recursos dados ni los méritos obtenidos a favor de la Obra; quedan indefensas, legalmente, al carecer de documentos legales que certifiquen el trabajo y el tiempo regalado a la institución. Como los bienes y los salarios son entregados y solo se conservan mensualmente los recursos necesarios para los gastos personales, quedan a la deriva, sin dinero y alejados de sus familiares.
El cumplimiento del plan espiritual conlleva oraciones frecuentes como rezar el rosario, santiguarse frente a cada imagen de Cristo y de la virgen que encuentren en sus caminos. Los usos del cilicio y de las disciplinas para la mortificación corporal quieren acallar los deseos sexuales; se ponen por tiempos determinados en zonas que no dejen huellas visibles para evitar la curiosidad de los profanos.
La obligatoriedad de los rituales como la asistencia y atención a la misa diaria, la recurrencia semanal de la confesión con el sacerdote que las dirige espiritualmente, así como la comunión diaria y los cientos de detalles del imaginario y prácticas comunes deben ser comentados con otra numeraria designada o con la misma directora, mediante la llamada charla fraterna en donde una numeraria debe señalar las fallas que haya tenido de su plan espiritual, mientras quien escucha debe corregir y, en su caso, denunciar los hechos a la directora de la casa, misma que decidirá si esto será del conocimiento del director espiritual.
Se hacen las correcciones fraternas procedentes y las sanciones quedarán al criterio de la directora de la casa y del confesor; pero, en última instancia, el mejor control es la autodisciplina y la certeza de merecer las correcciones y los castigos. Este sometimiento se minimiza porque se acepta como mayor beneficio personal su pertenencia a esta institución que les ofrece la santidad y la seguridad de ser elegidas por Dios, así como el bienestar material que no se tuvo al principio pero que ahora es un estímulo.
El cumplimiento de los planes de vida espiritual y los rituales coercitivos como la charla y la corrección fraternas y la confesión; los castigos corporales, el control de los tiempos y espacios, la constante movilidad y la falta de afectos sólido, así como los desgastes físicos del trabajo realizado van minando las capacidades de crítica y discernimiento; algunas solo permanecerán allí porque no tienen alternativas.
Las numerarias pioneras se formaron en el esfuerzo y la compensación inmediata con las obras en que colaboraron y vieron crecer; las generaciones de nuevas numerarias carecen tanto de los estímulos como de las restricciones materiales de antaño; sus vidas, ahora, si bien limitadas en su libertad les ofrecen comodidades compensatorias, pero no el estímulo de la creatividad de las pioneras. Los estudios profesionales son un requisito aún.
Reflexiones finales.
La Obra de Dios en México pudo desarrollarse porque grupos afines en lo religioso y en su conservadurismo aprovecharon los resquicios de una sociedad que ya tenía políticas públicas laicas y respetaba la libertad de cultos.
La Iglesia Católica es flexible para sobrevivir después de cientos de años como una alternativa religiosa viable dentro el Estado moderno mexicano. Mantiene muchos rasgos tradicionales, pero también ha sabido abrirse a las inquietudes de hombres y mujeres católicos que se segmentan para vivir su fe y su mundanidad, de acuerdo a carismas específicos que la mantienen vital. Estas sectas ofrecen salidas a nuevas o renovadas formas de comprender la fe. Por eso la jerarquía eclesiástica abrió las puertas al apostolado del laicado del Opus Dei.
Fue atractivo para las clases medias ascendentes y las altas empoderadas ofrecer cada actividad y trabajo diario a Dios, sin alterar el estado personal y social de su entorno. En España facilitó la pacificación y la reconstrucción a la dictadura franquista y en México justificó la resistencia conservadora ante las pérdidas sufridas por la Revolución en muchas de las familias cuyos hijos se sumaron a las filas de esta forma de creer. El Estado mexicano impulsó el desarrollismo en la unidad nacional y eliminó radicalismos sociales y religiosos.
Las mujeres numerarias de las primeras generaciones formaron parte de una avanzada femenina que aspiraba a formarse profesionalmente, para acceder a un empleo, con lo cual rompieron con la tradición femenina de dedicarse exclusivamente a las labores del hogar y a formar una familia. Ellas accedieron a las humanidades y otros campos profesionales como la medicina, la química, la economía, el periodismo y la decoración o la música.
Este proceso femenino es paradójico y estuvo lleno de incertidumbres, temores e inseguridad porque el ambiente familiar y social las empujaba al trabajo al servicio de los demás y al olvido de sí mismas. Resistieron, se educaron y al tomar las riendas de sus vidas y ser productivas en el ambiente laboral, tomaron un camino similar a la domesticidad; decidieron servir a una comunidad de hombres desconocidos y educar a las hijas de otras y no a las propias, como una forma del apostolado.
Algo era cierto, son católicas que no quisieron vivir en sus casas paternas, ni casarse y tener marido, ni tener hijos; manipuladas o no, tomaron la decisión de ser parte de una alternativa: vivir entre mujeres, controladas y sometidas entre ellas, siempre vigiladas por la mirada del Padre primero y de los prelados después, así como por sus directores espirituales. Al retornar a la domesticidad peculiar del Opus Dei, ya no fue en el seno del hogar paterno si no en las casas que eligieron para vivir separadas de su propia familia. Algunos testimonios de las pioneras destacan la alegría de tener espacios propios para vivir.
Como institución voraz (Coser, 1978), el Opus Dei vigila, controla y aprovecha las energías de sus mujeres creyentes y deja escasos espacios de autonomía para que ejerzan sus actividades de cara a ser más productivas y exitosas. (Ávila, 2018)
La apuesta del grupo de laicos y sus guías espirituales por las clases ricas del país, debió ser acompañada por el incremento de su propio patrimonio y su status. El Opus Dei se consolidó en el Vaticano, como grupo religioso favorito de Juan Pablo II. Con el actual papa Francisco, está a la expectativa.
Su tradicionalismo es anacrónico en la forma de vivir la espiritualidad, al mantener con mayor radicalismo las funciones y roles de hombres y mujeres, al no ceder en su ideología sobre la división sexual y del trabajo complementario y subordinado que son parte de su forma de continuar apropiándose del trabajo femenino, pilar de sus finanzas en sus inicios. El racismo y clasismo que se practican cotidianamente no logran ser eliminados por sus discursos igualitarios, como lo demuestran la preeminencia del éxito económico y la selección de tareas por el color de la piel en el caso mexicano y latinoamericano
De manera astuta, la prelatura niega la laicidad como política de Estado, pero sus fieles laicos se han movido con libertad por el mundo, mediante la estrategia del secretismo, de la pertenencia y de las múltiples formas de hacer negocios que los hace sentirse especiales y elegidos a la vez. En síntesis, la modernidad del Opus Dei se aprecia en el conocimiento y uso de las tecnologías para su vida cotidiana y de negocios, en su manejo de las finanzas y de las políticas públicas favorables y en la búsqueda de personas profesionistas afines.
Las mujeres fueron hábilmente aprovechadas por la sección masculina, tanto para recibir de ellas el trabajo doméstico como para ir paulatinamente incorporándolas en aquellas actividades productivas redituables para sus fines lucrativos y religiosos. Ellas representan un reto para los estudios feministas y de las mujeres, porque su viaje a la modernidad tiene el retorno de la domesticidad. Las inquietudes espirituales femeninas reflejan la diversidad de las formas de ser mujer.