Desestructurando la violencia contra la mujer Deconstructuring violence against women
Como investigadora de la violencia extrema (homicidio calificado, violación, violación y homicidio), he buscado sin cesar qué es lo que detona la violencia desatada en la que estamos inmersos. Todos ejercemos violencia y todos la padecemos, al grado de que ya nos resulta, en ocasiones, difícil de identificar. No obstante, la pregunta sobre qué es lo que detona esa violencia, mayoritariamente de parte de los varones, ha sido uno de los interrogantes que no deja de latir en mi interior y a la que he dedicado buena parte de mis noches insomnes.
En tant que chercheure de la violence extrême (homicide qualifié, viol, viol et homicide), je n’ai eu de cesse de comprendre les raisons qui déclenchent cette violence déchainée dans laquelle nous sommes plongés. Nous exerçons tous la violence et nous en souffrons tous, au point qu’il nous arrive, parfois de ne plus savoir l’identifier. Et, pourtant, la question qui me pousse à chercher ce qui la déclenche –chez les hommes le plus souvent – constitue depuis de nombreuses années le coeur de mes activités et bon nombre de mes nuits d’insomnie.
Enquanto pesquisadora da violência extrema (homicídio qualificado, estupro e estupro seguido de homicídio), tenho procurado constantemente averiguar qual é o gatilho da violência desencadeada na qual estamos imersos. Todos nós exercemos violência e todos sofremos dela, na medida em que já nos resulta, às vezes, difícil identificá-la. Não obstante, a questão sobre o que desencadeia essa violência, principalmente por parte dos homens, tem sido uma das questões incessantes para de mim e às quais dediquei boa parte de minhas noites sem dormir.
As Researcher of Extreme Violence (First degree murder, rape, rape and murder) I have searched intensively to find out what is the root cause that detonates the violence we are submerged in. We all suffer and exercise violence, to the point that in many cases, is difficult to identify it. However, the question as to what is the trigger that detonates violence mostly in males, has been one of the interrogants that do not cease in my spirit and subject of my sleepless nights.
“Por cuanto llamé y no quisisteis oír,
extendí mi mano y no hubo quien atendiese, sino que
desechasteis todo consejo mío y mi reprensión no quisisteis,
también yo me reiré en vuestra calamidad,
y me burlaré cuando os viniere lo que teméis;
[…] y vuestra calamidad llegare como un torbellino;
cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia.
Entonces me llamarán y no responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán
Por cuanto aborrecieron la sabiduría y no escogieron el temor de Jehová…”.
Proverbios 1:24-29.
Se ha acudido a diversas ciencias en búsqueda de respuestas y sin duda sus comentarios han dado luz para que intentemos ver con claridad el fenómeno. En lo personal, he de confesar que he buscado esas repuestas en las palabras de los sujetos de investigación que elegí, varones sentenciados y que compurgan sentencia por alguno de los delitos arriba mencionados y, claro, también de labios de algunas mujeres sentenciadas por las mismas razones. (Sotomayor, Z. Román, R. 2007 y Román, R. y Z. Sotomayor 2010)
Creo haber encontrado, en ese maravilloso discurso, por decir lo menos, dos razones… tal vez no razones en sí sino más bien claves o, por decirlo de alguna otra manera, situaciones que, a mi ver, son esenciales a la hora de tratar de entender qué desata la violencia de algunos varones contra la mujer, los niños, los ancianos, las minorías vulnerables, pero muy especialmente contra la mujer o mujeres con las que convive ese o esos varones. Es sabido por todos que la cifra negra que enmascara la violencia que cotidianamente viven miles de mujeres no la conocemos y es poco probable que alguna vez lleguemos a conocerla.
Creo que mucha de esa violencia emerge de la construcción de lo masculino… construcción que a su vez está íntimamente relacionada con el alejamiento de todo lo que sugiera feminidad, porque para esa construcción todo lo femenino está no sólo devaluado sino que es inferior, carente de valía, es lo denigrante, ya que lo peor que puede sucederle a un varón es que pierda sus credenciales de hombre y sea puesto del lado de lo femenino por su debilidad, incapacidad, falta de consistencia, de fuerza en todo sentido del término; por su permanencia en lo incompleto, recuérdese que según Octavio Paz “la mujer es la rajada”, la que carece de pene, la incompleta, la que es una especie de varón de segunda, desdibujado, varón en sombras, carente de consideración, de estatura, de esencia… en la que, además, no debe confiarse.
El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el ideal de la "hombría" consiste en no "rajarse" nunca. Los que se "abren" son cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, "agacharse", pero no "rajarse", esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El "rajado" es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su "rajada", herida que jamás cicatriza. (Paz,1992:10)
Lo masculino y lo femenino implican más que los comportamientos psicológicos o los papeles sociales que solemos interpretar en la vida cotidiana; interpretación que estaría compuesta de discursos, supuestos, normatividades y valores. En ese sentido, las identidades de género se relacionan con el cuerpo; no obstante, su vínculo es simbólico, pues expresa tanto las imágenes mentales como las representaciones culturales, es decir, elementos del universo simbólico y la ideología dominante en una sociedad. En esta construcción conceptual tanto la sexualidad como lo masculino y lo femenino se basan en el cuerpo, y las tres son construcciones culturales, por decirlo de alguna manera. El género, como la construcción sociocultural de la diferencia sexual, nos permite explicar e interpretar los significados de la sexualidad, precisamente porque reside en los sentidos que descansan en lo corpóreo.
La identidad masculina se adquiere así en un proceso de diferenciación con la madre y un rechazo a todo aquello que sugiera el mundo femenino. La calidad de ser masculino o femenino se constituye en esencia por oposición, sin que se explicite la naturaleza de una u otra identidad. Tal vacío hace de la masculinidad un concepto frágil al decir de Kimmel (1997) en un contexto social que devalúa lo femenino y en el que tanto la autoridad como el poder se consideran masculinos. La identidad masculina deviene tal por oposición y por lo tanto es menos estable que la feminidad de la niña. (Callirgos, 2003) La masculinidad es frágil y su adquisición es siempre conflictiva, ya que suele estar bajo sospecha y, castigada por la homofobia cualquier desviación. De ahí la exigencia de probarla cotidianamente, lo que puede ser bastante desgastante; también puede dar paso a la violencia como una manera más de demostrar la pertenencia al colectivo masculino o bien, para tranquilizar conciencias atormentadas.
Los varones suelen apropiarse de ciertas propuestas de identidad masculina que les son más gratas, más afines, mientras que desechan otras. Pero apropiarse de ciertas propuestas de identidad masculina no es cosa de un momento; suele ser un entrenamiento que dura años en el mejor de los casos, pero que puede durar toda la vida sin que los varones descansen en ningún momento en la lucha por esa construcción. Esa edificación está íntimamente relacionada con la sujeción de las emociones; es decir, los varones se distancian de las emociones al grado de —según algunos autores— ser incapaces de mencionarlas. Ese distanciamiento obedece al hecho de que la emoción y sus manifestaciones pertenecen al mundo de lo femenino, de lo que se desdeña. (Seidler, 2000; Horowitz y Kaufman, 1989; Badinter, 1995; Fuller, 1997; Viveros y Cañón, 1997)
Construcción que obligaría al varón a huir de todo lo que huela a femenino con todo lo que esto conlleva, puesto que si femenino es amar, tener compasión, ayudar, servir, nutrir, tener empatía, tener misericordia, porque todo esto se considera dentro del campo de lo que significa ser mujer, luego entonces, el varón tendrá que crearse a sí mismo a partir de lo que la sociedad hegemónica le propone que es, precisamente, escapar de todo lo que huela a mujer y con ello… estar lo más lejos posible de las emociones porque las emociones son cosa de histéricas, debilitan, eliminan la noble fuerza del varón y, con ello, de pasadita, eliminamos de un plumazo, la capacidad de amar… y he aquí, el otro detonante de la violencia que nos habita… pero, y quede asentado, hay otro elemento que debe analizarse: el poder y cómo lo viven y padecen los varones.
Otro concepto a analizar sobre las masculinidades es el del poder. En tanto las relaciones de género se caracterizan por ser asimétricas y el poder permea todos los ámbitos de la vida social, tanto públicos como privados (Foucault, 1979). El poder vendría a ser la capacidad para decidir sobre la propia vida, pero no sólo eso ya que también puede ser la capacidad para decidir sobre la vida de otro, con hechos que obligan, prohíben, impiden, circunscriben. El poder no es una categoría abstracta, sino algo real en la medida que se ejerce y puede ser visualizado en las interacciones de sus integrantes. El poder tiene un doble efecto: es opresivo y configurador, en tanto provoca recortes de la realidad que definen existencias, (subjetividades, espacios y modos de relación entre otros aspectos). La desigualdad en la distribución del ejercicio del poder sobre otro u otros, conduce a la asimetría relacional. La posición de género vendrá a convertirse en uno de los ejes cruciales por donde transitan las desigualdades del poder. (Connell, 1995, y 2003), (Sotomayor, M. Sotomayor y R. Ornelas, 2010:148)
Los hombres se consideran importantes por el solo hecho de ser hombres y tal idea de importancia es aprendida desde la infancia a partir de un largo proceso de socialización en el que la figura del padre o sustituto en el hogar se erige como dominante. (Marqués, 1991, 1997; Torres, 2001; Corsi, 2002) A partir de ese modelo hegemónico de masculinidad, en el imaginario colectivo a los varones se les caracterizaría por ser personas activas, libres, fuertes, racionales, emocionalmente controladas. (Seidler, 2005, 2001; Kimmell, 1997; Burín y Meler, 2000) En las mujeres se construye el estereotipo opuesto y todo esto es reforzado por un sistema patriarcal arcaico.
Durante los quince años, quizá un poco más, que trabajé en los penales del Estado de Sonora, con entrevista a profundidad con mis sujetos de investigación, en largas horas donde estando solos hacíamos un repaso de todo lo que llevó a estos agresores a cometer los actos terribles que cometieron y dieron como resultado la muerte de sus víctimas y los condujeron al encarcelamiento por treinta, cuarenta y cincuenta años a ellos; durante aquellas horas en el silencio cómplice de una oficina pequeñita en donde podía brindarles café recién hecho y tal vez galletas, algún pastelillo, aquellos hombres deslizaban palabras que decían tanto, que callaban tanto… palabras vacías muchas veces, palabras llenas tantas otras… en aquel silencio cómplice de sus confesiones; en lo que trataban de disfrazar, en lo que pretendían que no sonora tan feo, tan terrible, tan despectivo –porque ¿cómo ignorar el profundo desprecio que subyace en la mente del varón hacia lo femenino?-, sin olvidar nunca que su interlocutora era una mujer…
Mientras observaba sin ninguna prisa el movimiento de sus manos, el de sus cuerpos que hablan y vaya que hablan; el de las sonrisas nerviosas, forzadas, la palabra inaudible mascullada entre dientes… el titubeo del cuerpo entero, los silencios, en ocasiones tan largos… tan lentos, donde podía oírse el ruido del viento en los inmensos patios internos del penal. Silencios tan cargados de reminiscencias, de sombras… de todo eso que nos habita… del uso del lenguaje que ordena el mundo tanto interno como externo… saboreando aquellas voces, volviendo a deletrear aquellas palabras que decían sin pretenderlo lo que los había llevado con los pasos contados a la agresión… palabra, sentimiento atormentado y las más de las veces casi gozoso… sentimiento reivindicador de su verdadera identidad… ahí, fue ahí donde aprendí lo que significa ser hombre…
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Misoginia sería el rechazo, el odio, de todo lo femenino y el consiguiente disgusto hacia todo lo que pueda sospecharse como propio de la mujer; la homofobia sería el rechazo hacia todo lo que sugiera feminidad en el varón, temor de ser deseado y llegar a desear a otro varón como objeto de sus afectos.
- Note de bas de page 2 :
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Quien puede ordenar tiene derecho de ser obedecido, tiene derecho a que sus órdenes no se discutan, es el que manda, el que sabe, tiene pues la prerrogativa de hacerse obedecer por la fuerza si fuere necesario.
- Note de bas de page 3 :
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A través de la violencia de ser necesario. La fuerza desbocada de la naturaleza debe subordinarse al hombre que es quien domina a la creación, esa subordinación se da por descontado, el hombre está esperando que la mujer acepte someterse sin más discusión, así, cuando el hombre siente, imagina, observa que la mujer está a punto de salir de ese dominio, que está a punto de llegar a la insubordinación, podrá emplear la violencia para restituir a la vida su equilibrio, el equilibrio que el varón considera debe haber, lo que muy bien puede ser volver a lo que era.
La masculinidad, desde esta perspectiva, significaría primero que nada no ser mujer, porque ser mujer, tal como señala Fuller (1997), es lo abyecto y lo peor que puede ocurrirle a un hombre. Badinter (1993), señala que la actitud de los varones contra las mujeres, sobre todo la violencia que muestran, surge de una profunda misoginia. Misoginia1 que se adereza con la idea de que la mujer es incapaz de razonar con sensatez y por lo tanto debe guiársela, cuya vida debe ser ordenada2 por quien sí goza de un pensamiento lógico. Además, parecería haber también una cierta dosis de temor porque ella vendría a representar a la fuerza desbocada de la naturaleza al decir de Seidler (1997), fuerza desbocada que debe ser mantenida bajo control3.
Cabe decir con Paz (1992), que, a fin de cuentas, entre la realidad y su persona, el varón establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El varón siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás, sobre todo cuando ese otro no es sino remedo de persona: la mujer. Lo malo es que está lejos, también, de sí mismo.
Pero, vamos con calma. Comencemos con la identidad.
Desde los estudios culturales, Stuart Hall nos propone un enfoque discursivo que permite abordar la identificación como un proceso de articulación, como puntos de sutura en el relato personal. (1996: 15, 20) La identidad se nos presenta entonces como una construcción, un relato más o menos coherente que se revisita y se modifica constantemente, un siendo que es el mismo pero cambiante. Hall afirma que las identidades se construyen dentro del discurso y a través de la diferencia. (1996: 18)
Este proceso, generador de sentido de continuidad, de pertenencia y de individualidad, se construye con recursos materiales y simbólicos. Las representaciones de sí mismo, de los nosotros –en tanto círculos concéntricos de pertenencia– y del otro están inextricablemente ligadas al flujo de imágenes, ideas, significados, valores, aspiraciones a los que tenga acceso el individuo. La conceptualización provista por Hall de la identidad como articulación o puntos de sutura, es útil y poderosa explicativamente porque da cuenta de la condición, tan propia de nuestros tiempos, de fragmentación, multivocalidad y fracturación de las identidades.
Desde los estudios latinoamericanos, un referente obligado en asuntos de identidad es Gilberto Giménez, quien define identidad como “una construcción social que se realiza en el interior de marcos sociales que determinan la posición de los actores y por lo mismo, orientan sus representaciones y acciones.” (2002: 38) Para este autor, la identidad refiere al punto de vista subjetivo de los actores sociales sobre su unidad y sus fronteras simbólicas; sobre su relativa persistencia en el tiempo y sobre su ubicación en el mundo, es decir, en el espacio social”. Giménez apunta a tres rasgos de la identidad: que supone una reelaboración subjetiva y selectiva; que es una construcción relacional entre actores; y que resulta de la negociación entre la autoafirmación y la hetero-designación identitaria. (2002: 38, 39)
Si partimos de que al hablar de sujeto social estamos implicando siempre al otro y al vínculo social, podemos entonces sugerir que el sujeto no puede existir sin un universo social del cual obtiene el acervo simbólico y relacional, para representarse a sí mismo y su lugar en el mundo. El “yo” sólo puede surgir a partir de la interacción e interiorización de procesos intersubjetivos y relacionales, vale decir que sólo hay un yo porque existe un tú. El universo simbólico compartido, aporta el orden con el que se aprehende subjetivamente la experiencia biográfica. (Berger y Luckmann, 1966: 125) En otras palabras, en la intersección entre el individuo y la sociedad, entre los repertorios de significación objetivados y la elaboración de sentido propia, se encuentra la identidad.
Todo lo que hacemos, la forma en la que vivimos la cotidianidad es una expresión de la cultura. Pero lo que significa para una colectividad o para un individuo es lo que determina su esencia. Clifford Geertz plantea lo siguiente sobre la cultura:
La cultura se aborda del modo más efectivo, entendida como puro sistema simbólico, aislando los elementos, especificando las relaciones internas que guardan entre sí esos elementos y luego caracterizando a todo el sistema de alguna manera general, de conformidad con los símbolos centrales alrededor de los cuales se organizó́ la cultura, con las estructuras subyacentes de que ella es expresión, o con los principios ideológicos en que ella se funda (Geertz, 1973-57).
La definición de Geertz, nos permite extraer varios elementos esenciales, en primer lugar, que la cultura es un sistema simbólico, segundo, que se basa en estructuras culturales, tercero, que estas son expresiones de la misma cultura o parten de principios de una ideología, entendida ésta última como cosmovisión.
Esta definición tiene que ver con la concepción de Geertz que trata de ver a la cultura desde la antropología interpretativa, es decir, desde la semiología, que pretende desentrañar el sentido profundo de las cosas, a partir de lo que significan. Pero el mismo Geertz aclara su concepción al proponer dos ideas:
La primera es la de que la cultura se comprende mejor no como complejo de esquemas concretos de conducta –costumbres, usanzas, tradiciones, conjuntos de hábitos–, como ha ocurrido en general hasta ahora, sino como una serie de mecanismos de control –planes, recetas, fórmulas, reglas, instrucciones (lo que los ingenieros de computación llaman “programas”)– que gobiernan la conducta. La segunda idea es la de que el hombre es precisamente el animal que más depende de esos mecanismos de control extragenéticos, que están fuera de su piel, de esos programas culturales que parecería necesitar para ordenar su conducta. (Geertz, 1973: 51).
Geertz está diciendo, y eso es importante, que cada individuo se forja de una manera diferente de acuerdo al ambiente ecológico y social en el cual crece y se desarrolla, es decir dependiendo del medio que lo rodea.
La construcción de la masculinidad inicia desde que la creatura está en vientre de la madre y los padres se enteran del sexo del feto. Esa construcción habrá de continuar la vida entera, el varón deberá estar revisando que todos sus actos, pensamiento, desenvolvimiento cotidiano, gravite siempre hacia lo que postula la identidad de género, es esencial que se separe y diferencie de la madre que encarna todo lo que pone en riesgo la consolidación de su fuerza y determinación como hombre. (Connel, R. 2005)
Por tanto, para esta investigación:
La metodología que se utilizó fue cualitativa y se trabajó con entrevista a profundidad. Este enfoque hizo posible captar desde el discurso de los varones agresores la explicación de su comportamiento violento, cómo lo justificaban, de dónde surgió la violencia, cuáles fueron sus detonantes y el reconocimiento o no de la intención de hacer daño a su pareja. Igualmente se buscó reconstruir cómo se veían a sí mismos, cómo veían a la mujer y qué representaba para ellos la figura femenina. La elección del método se basó en la consideración de la masculinidad como una vivencia que puede captarse mediante el discurso de quienes la ejercen. Existe una vivencia subjetiva de esa forma de ser hombre o “muy hombre” que se expresa en el discurso de manera primordial. Así, nuestro objeto de estudio se construyó a través de un proceso que implica asumirlo precisamente en su dimensión subjetiva e interpretativa que va a aprehenderse desde la intención, la situación y la realización sociocultural de los sujetos de investigación. Sotomayor, Z. Román, R. (2007-13)
Durante esos quince años, repito, quizá un poco más, aprendí a leer en el silencio de los varones, silencio que suele distinguir a la personalidad masculina cuando de dolor se trata. El dolor parecería no ser tal, o no ser tan intenso cuando de varones hablamos, y sí, queda claro al hacer la muy somera revisión anterior, las mujeres pueden darse el gusto de llorar a gritos, los varones probablemente sentirán algo muy parecido a lo que sienten las mujeres puesto que las emociones no tienen sexo, pero eso sí, no se regodearán en ellas, los varones son hombres y los hombres no lloran.
No lloran, ni son débiles, ni se dejan arrastrar por las emociones porque ellos detentan la razón mientras que las mujeres, parecería decir el colectivo hegemónico, es la que refiere a naturaleza y la naturaleza debe dominarse, controlarse, porque es siempre la razón la que se impone sobre esa fuerza desatada y destructora… esto confiere licencia a los varones a corregir y guiar a las mujeres, confiere licencia para imponerse a través de la violencia, aunque ésta sí sea desatada.
Creo que la masculinidad como noción ideológica hegemónica busca el ejercicio del poder esencialmente en el terreno simbólico, asumiendo, como señala Bajtín (1976), que las luchas simbólicas son siempre luchas por imponer marcos de interpretación, es decir, de significado. Entiendo que la subjetividad es una noción que remite a la esfera individual de significación donde se articulan lo objetivo y lo subjetivo como planos de la realidad, y que los procesos de significación individual son en sí, procesos sociales, ya que son producto de una construcción colectiva que establece un universo simbólico de signos. El signo es un elemento de representación de la realidad, integrado indisolublemente por el significante (código de expresión) y el significado (imagen simbólica, referente ontológico y elemento pragmático).
La construcción de la masculinidad como la hemos vivido es fragmentadora y lesiva para el varón. Lo deshumaniza para poder convertirlo en el epítome de la masculinidad.
Este atributo de la masculinidad conlleva a una forma específica de relacionarse socialmente y a la desigualdad de género. Tal como menciona Connell (1995), la cuestión de género es una forma de ordenar la práctica social que, en este caso, puede traducirse en violencia intrafamiliar. El varón se asume como superior a la mujer y se siente con las prerrogativas suficientes para ordenar la vida y comportamiento de quien considera inferior y puede muy bien optar por hacerlo a través del ejercicio de la violencia.
No debemos olvidar que los varones callan su dolor y ese dolor puede dar paso a un sin fin de problemas, angustias, ansiedades, temores… la hegemonía se esfuerza tanto en alejarlo de todo tipo de congojas que llega el momento en que el varón en verdad desconoce lo que siente, al grado de acudir a la mujer con la que vive y en quien ha delegado todo lo que tiene que ver con el manejo emocional de su propia vida, la vida de sus hijos y la vida social. Es ella la encargada, su mujer, de traducir a palabras las emociones que él desconoce en sí mismo. Esto, por desgracia evita que el varón-padre tenga una vida profunda con sus hijos, sobre todo con los varones, pero también con la mujer.
El padre educa al hijo en los postulados que él conoce, lo hace fuerte, o busca hacerlo, trabajador, proveedor, macho… pero deja de lado la vida emocional que él como adulto mayor ha vivido; no habla del dolor, jamás menciona los miedos que padece, de la frustración, de las derrotas, de los triunfos amargos, no le revela a los hijos la parte humana tan enriquecedora y que en verdad enriquecería y perdón por la repetición de la palabra, pero es verdad, esa parte humana delicada, sensible, tierna, masculinamente tierna que el varón debe descubrir en sí mismo y que tanto, pero tanto enriquecería la relación del padre con los hijos. Pues no estaría ahí sólo como el proveedor, el que castiga, el que señala y ordena… el eterno ausente, el invitado de piedra que sólo prescribe, dictamina, sentencia y ejecuta, sin involucrarse jamás con la parte delicada de sus entrañas y sombras… sería, sí, un magnífico maestro que da lo que guarda en los abismos secreto de su corazón.
Las relaciones de estos varones convencidos de su superioridad intelectual y de todo tipo frente a un ser tan devaluado como la mujer, tienen que ser necesariamente insatisfactorias. En realidad, el varón está solo, no tiene a alguien en quien confiar, en quien descansar, a quien amar… porque la mujer que él conoce es una especie de objeto que se mueve y habla… aunque es verdad que se la escucha pocas veces. La masculinidad hegemónica es fragmentadora porque cosifica no sólo a la mujer, sino al varón mismo. Si la mujer es un objeto para su servicio, él es una fuerza sexual que usa en el más pedestre de los sentidos… si la mujer es educada desde que nace para ser nutricia, para poner la realización de los demás sobre la suya propia, si está ahí para el servicio y desde ahí encontrar su realización en espacios castrantes y amurallados, el varón es educado para realizarse él a cualquier costo, sin importar a quién destruya, porque primero es él y al final es sólo él.
La sexualidad se considera entonces parte esencial de esa realización, el varón tiene muy poco de qué echar mano para probar su pertenencia al colectivo masculino, para él es muy importante que quede establecido de manera definitiva que es muy hombre, muy macho sí, pero, ¿cómo probarlo?
Considero que la sexualidad se construye a través del discurso, es vigilada y regulada a partir de prohibiciones y sanciones. La sexualidad expresa al sujeto, su subjetividad y su corporalidad. El género se concibe como la construcción sociocultural de la diferencia sexual, inscrita, fundamentalmente, en el cuerpo, y las identidades de género (femenino/masculino) como el sentido de ser mujer u hombre en ámbitos históricos y culturales delimitados. (Connel, 1995; Torres, 2001, 2004; Weeks 1994; Ramírez 2005; Foucault, 1995; Kimmel, 1992)
Conocer es amar, sólo puede amarse lo que se conoce, mientras el varón considere que la mujer es un ser vacío cuya única razón de ser es servirlo a él cualquiera interpretación que le dé a la palabra servir, mientras siga pensando que las mujeres somos seres carentes de valía, tontas, superficiales, histéricas, necias, seguirá pensando pedestremente que la mujer es para él sólo un par de mamas, unas piernas hermosas, un par de nalgas… siempre como objeto de su deseo y de su posesión, y resulta que los objetos no exigen, no hablan, mucho menos a gritos, no disienten ni son capaces de abandonar al maltratador. Porque el abandono de la mujer parecería ser –al menos en su mente-, una acusación imposible de aceptar: el señalamiento de que no la hace como hombre. Un señalamiento que el varón siente va dirigido al resto de los varones con los que convive y que son los encargados de darle a él la certificación de muy hombre, única certificación verdaderamente importante para ellos. Ese abandono de la mujer es la evidencia de que no se es tan hombre como debería ser, que falla en varios de los postulados esenciales de la masculinidad hegemónica que establece que el varón es proveedor, protector y preñador.
Él puede dejar a la mujer, puede repudiarla, es parte de sus privilegios. La mujer no puede hacerlo so pena de muerte. En mis quince años en los penales pude darme cuenta de que los varones sentenciados por homicidio calificado cuyas víctimas habían sido mujeres, éstas habían muerto en sus manos cuando tomaron la decisión de abandonarlos, de dar por terminada la relación, fue en el preciso momento en el que les dijeron a ellos que la relación terminaba, que se iban de sus vidas, cuando ellos cometieron el crimen. Un dato curioso es que la mujer siempre le dice al varón que ha dejado de amarlo o que está interesada, vaya, enamorada de otro, mientras que los varones niegan obstinadamente que tienen otras u otra mujer…
Siempre me llamó la atención, durante esos años, que escuché, en el fondo de las voces masculinas, el haber podido captar con claridad que los hombres no sólo desprecian a la mujer a la que consideran inferior de las todas las maneras posibles, también pude darme cuenta de que junto a ese desprecio había algo más… algo quizá mucho más profundo que latía en el fondo de su comportamiento… había algo ahí… y pasó tiempo para que pudiera darle forma a ese algo, pasaron probablemente años hasta que ese algo comenzó a tomar forma, comenzó a ser reconocible… era miedo, miedo de la mujer. Y finalmente qué es la mujer para el varón sino ese continente absolutamente desconocido, y ¿a qué le tememos sino a lo desconocido?
Y es desconocida porque no vale la pena conocerla puesto que ya se dijo que es un ser disponible carente de valor cuya única misión es servir al varón y a los demás en su calidad de nutricia. Y no puede amarse lo que no se conoce porque sólo amamos cuando reconocemos la singularidad de un otro igual a nosotros que es precisamente lo que está faltándole al varón. Un otro en igualdad de circunstancias en quien descansar, a quien amar porque reconocemos lo de único e irrepetible que hay precisamente en ese otro que nos completa… La unión que enriquece y llena de sentido la vida sólo podemos tenerla con quien amamos y respetamos y nos enamora, y nos estremece de pasión, y de ternura y podemos mostrar nuestro yo interno porque ya no nos sentimos amenazados, porque el hombre descubrirá en ese momento que es mucho mejor amar a otro igual a él que lo completa, que a un objeto con el que debe mostrar su potencia perfecta en cuanto a su desempeño sexual tan lleno siempre de angustia…
Sin olvidar que varios autores como Ramírez (1998), Corsi (1997), Olavarría (2001 y 2002), Fuller (1997), Szasz (1998, 2000), Viveros (1998, 2003), Figueroa (1997, 1998), apuntan que la sexualidad masculina está centrada en la penetración y, por tanto, en la importancia decisiva de la erección del pene; situación que puede causar verdadera angustia y llevar a algunos varones a hacer depender su hombría de su capacidad de erección al margen de cualquiera otra consideración. Vale mencionar que ello daría paso a no poca de la violencia que algunos ejercen.
Eros, tal como afirma Levinas, citado por Bauman, es diferente de la posesión y del poder; no es una batalla ni una fusión, y tampoco es conocimiento. Eros es “una relación con la alteridad, con el misterio, es decir, con el futuro y con lo que está ausente del mundo que contiene a todo lo que es”. “El pathos del amor consiste en la insuperable dualidad de los seres”. Los intentos de superar esa dualidad, de domesticar lo díscolo y domeñar lo que no tiene freno, de hacer previsible lo incognoscible y de encadenar lo errante son la sentencia de muerte del amor. Eros no sobrevive a la dualidad. En lo que al amor se refiere, la posesión, el poder, la fusión y el desencanto son los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. (Bauman, 2006: 23)
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Continúo con mi investigación sobre Violencia Extrema, ahora desde un ámbito diferente: los varones que son señalados por la autoridad encargada de atender la Violencia Intrafamiliar.
Alonso, uno de mis entrevistados4, un varón joven, no tiene treinta años de edad, dice que todas sus relaciones amorosas con mujeres han sido más bien superficiales, le pregunto si está de novio y me dice que sí, que su novia es una chica de veinte años que estudia arquitectura en una univeridad privada, una chica hermosa, dice, alta, de buen cuerpo, rostro bello…
¿Tienes vida sexual activa con ella, con tu novia?
- Sí… ya hablamos de casarnos, pero primero quiere terminar la carrera… está bien, a mí no me molesta
- Entonces debo pensar que estás enamorado o muy enamorado de ella… digo, si quieres casarte, si ya han hablado de eso, de construir una vida juntos.
- Sí… bueno… no exactamente, a mí me llama la atención que ella hable de amor, que usted hable de amor… no cabe duda, las mujeres hablan de eso… siempre están con esas tonterías, que si me amas, que si es por amor que estás conmigo… puras babosadas, ese es un invento para viejas… eso del amor… ¿qué es eso?, ¿dónde está?, ¿qué se siente? Yo jamás he sabido que es eso… a mí me gustan las mujeres, me gustan sus cuerpos, siempre me fijo en sus pechos, en las nalgas, y si se me antojan le busco que afloje… cuando se… se… bueno, usted sabe, cuando las penetro siento algo muy hermoso… pero eso es algo mío, no tiene nada qué ver con… con esa tontería, eso del amor es un invento para tenerlas contentas, para que aflojen… para poder metérsela toda y hasta el fondo sin cuidarnos de nada, que sientan lo que es un hombre… uno que no pide permiso, que toma lo que le gusta porque para eso somos hombres…
- ¿Y qué sigue de esto, si no sabes qué es el amor y nunca lo has sentido?, ¿qué sigue con tu novia?
- Pues… no sé, ella me gusta mucho, pero también me gustan mucho otras mujeres y si puedo estar con ellas lo haré… mi novia, si es que nos casamos, tendrá que aguantarse eso… que esté con otras.
La violencia que algunos varones ejercen bien podría deberse a la profunda insatisfacción que sienten de la vida por todo lo que se niegan a sí mismos: amar, conocer, descansar en otro cuya diferencia completa y más allá de eso enriquece sobre manera la relación, porque el amor no puede ser sino la comunión y la fantástica experiencia de darnos inermes, de entregar nuestro desamparo a un otro que sólo me ama… aceptarnos vulnerables… sencillos, y descansar por fin en una unión que nada tiene qué ver con el tiempo ni con el espacio… de un otro y para otro que también se dona a mí loco de amor…
El amor tiene sus razones. El que ama ve su amor naturalmente justificado. Y encuentra mil razones naturales de/para su amor. Si el inventor de las mónadas afirmaba que el pensamiento no es ciego, sino que piensa una cosa porque ve que es tal y como lo piensa, el que ama lo hace porque entiende que el objeto de su amor no puede dejar de amarse; el amor se presenta como “ineludible” e inexorable.” (Ortega y Gasset 1987- 123)
¿Qué puede ser más destructivo de lo que somos que lo que dijo uno de mis entrevistados cuando le pregunté a qué se debían los problemas que decía haber tenido con su esposa quien de manera constante le reclamaba que tuviera otras mujeres?
Lo que pasa, dijo Simón, es que ya no soporto las quejas constantes de mi vieja, me tiene harto, hasta que no le ponga una patiza y se calme… ya le dije que el día menos pensado iba a callarle el hocico a punta de chingazos, a ver si así se calla de una vez por todas.
- Pero usted reconoce que tiene sexo con varias mujeres, entonces la queja de ella es legítima, usted le es infiel.
- Bueno… sí, es cierto… tengo sexo con otras mujeres… eso hacemos los hombres
- ¿Qué pasaría si ella tuviera sexo con otro u otros varones, habría problemas con usted, se enfurecería y le reclamaría?
- No… es decir, claro, si yo me entero de que me hace eso le rompo toda su madre y la saco a patadas de mi casa…
- Pero usted sí lo hace y se molesta porque ella le reclama.
- Usted no entiende Dra., no es lo mismo… yo… es decir, nosotros los hombres somos los que penetramos, nosotros somos los que poseemos a la mujer y ella se doblega, se tiene que doblegar porque sabe que somos su dueño… ella es… es… pues… pues eso… la que siente la fuerza, la potencia con la que la hacemos nuestra…
-Bien, pero ¿por qué no aceptar que su esposa también esté con otro?
- No, de veras que usté no entiende… la mujer es penetrable y desechable.
En su mundo de hombres las mujeres no deciden abandonar al marido, aunque éste les sea infiel (Jacobson y Gottman, 2001; Ramírez, 2004), no eligen a quien no tiene dinero y un trabajo que pueda sacarlas adelante. En su imaginario las mujeres soportan todo sin queja, (Lagarde, 1993) y, desde luego, no tienen la opción de vivir su propia sexualidad porque éste es un privilegio de hombres, tal como establecen Román y Sotomayor. (2010:148)
Nadie tiene una relación estrecha, hermosa, plena con un objeto… mientras el varón siga viendo a la mujer como un objeto con el cual demostrar su potencia, su eficacia y su resistencia sexuales ya que todo lo hace depender del pene, seguirá cosificado él mismo pues al tiempo que cosifica con sus actos y pensamientos a ese otro que podría ser su complemento, se cosifica a sí mismo al convertirse sólo en un pene que hace bien su trabajo, se convierte en pene al convertir a la mujer sólo en vagina, negándose a sí mismo el extraordinario don de amar y ser amado.
Por lo que nos dicen Piaget (1985) y Kohlberg (1989), hemos dado crédito a que nuestros apetitos y deseos tienen el saludable freno de la cuestión moral, que muchas veces nuestros impulsos son sometidos por la obediencia a las reglas y leyes morales que tenemos y, en este caso, la pregunta obligada es: ¿esas reglas y leyes morales no imperan para todos los hombres en todas las circunstancias y épocas? Al definir al otro como un ser carente de valor, nuestros temores dejan de latir ahogándonos y pueden instarnos a llegar al exterminio. Pero cabe aclararlo, también, y de alguna manera, pone al otro a una enorme distancia de lo que somos, a tan enorme distancia que los derechos morales ya no pueden verse. Al ser despojado de su humanidad y redefinido como despreciable y vil, el otro es ya perfectamente prescindible. (Bauman, 2005)”, Román, R. y Z Sotomayor (2010: 96)
De acuerdo con Castoriadis (2006), cada sociedad es un sistema que interpreta el mundo, lo construye como quiere, con lo que necesita de él, con lo que es valioso para ella y su identidad no es otra cosa que este sistema de interpretación o, mejor aún, de dotación de sentido. Somos las personas las que damos sentido al mundo, a la realidad en la que estamos insertas, a la sociedad en la que vivimos.
- Note de bas de page 5 :
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Un vacío que hace su vida miserable y que se siente obligado a llenar porque el dolor lo atenaza, por tanto, lo llena con drogas, con alcohol, con sexo que es un vacío dentro de otro vacío. Con actitudes temerarias que lo ponen en riesgo constante… con ello busca enmascarar su dolor ya que no es capaz de destruirlo, el dolor no cesa, el varón lucha con uñas y dientes… pero nada consigue, porque el vacío que vive, experimenta y siente es el vacío de su propio ser, es él mismo el que está vacío, pero no lo sabe ni quiere saberlo…
Mi propuesta es trabajar con los varones haciéndoles ver que son parte de lo humano, y como tales, padecen todo lo que el ser humano puede padecer. Hacerles ver, invitarlos a pensar en sí mismos desde otros puntos de vista, aceptando su vulnerabilidad, sus temores, sus angustias, sus sueños, anhelos… todo lo que los convierte en personas. Hacerles ver y comprender que mientras sigan lejos de sus emociones seguirá sintiendo ese vacío que nada es capaz de llenar5. Mientras siga viéndose a sí mismo como un perfecto pistón, demasiado pendiente de su resistencia, de su eficacia en el ámbito sexual, seguirá fragmentado y cosificado sin siquiera percatarse de ello.
Pedirle que reflexione en ese gran, terrible y absolutamente desconocido continente que es la mujer y darse la oportunidad de verla como un otro tan rico, complejo, poderoso y maravilloso como él mismo, un otro capaz de darle sentido a su propia vida… Invitar al varón a que hable de sus miedos, de su angustia; a hacerle ver que una caricia es una forma de amar, que una mirada profunda, un beso intenso es una forma de amar… ya que sólo el amor puede curar su extravío.
Como explica Zaffaroni, en (Beristain y Neumann, 1999). Sin un “tú” no hay un “yo”; sólo cuando aprendo a reconocerte es que me reconozco, sé que las cosas son para ti, o para mí, o para nosotros. Cuando me pierdo y no te reconozco como “tú”, sino una cosa más, ya no hay un «nosotros” porque quedo solo. Cuando quedo solo tampoco me reconozco porque todas las cosas con las que quedo (y “tú” entre las cosas) son “para mí”, pero yo también soy “para mí”, de modo que no me distingo de las cosas”. (Román, y Sotomayor, 2010:243)
¿O se trata simplemente de un no reconocimiento del otro como otro? ¿Es esa otredad la que no soportamos porque, al decir de varios autores que estudian la violencia, toda diferencia entraña una amenaza? O quizá el problema sea mucho más profundo, ¿será tal vez que el verdadero problema del varón violento es que éste no reconoce en su víctima a un ser humano con dignidad que tiene el mismo derecho que reconoce para sí mismo de vivir, de crecer, de ser feliz? o yéndonos mucho más lejos, ¿podría ser que al no reconocer al “otro” como “otro”, al no ver en el otro a un ser humano, tampoco ve en sí mismo la dignidad de un ser humano? Es probable que sea esta última la verdadera pregunta. (Román, R. Y Z. Sotomayor, 2010:237)
Puesto que con su inconsciencia el hombre está disociado por dentro, también su equilibrio interior se rompe y se desatan dentro de sí contradicciones y conflictos. Desgarrado de esta forma el hombre provoca casi inevitablemente una ruptura en sus relaciones con los otros hombres y con el mundo creado. Es una ley y un hecho objetivo que pueden comprobarse en tantos momentos de la psicología humana y de la vida espiritual, así como en la realidad de la vida social, en la que fácilmente pueden observarse repercusiones y señales del desorden interior. En este caso el hombre está escindido y parte de esa ruptura interna se manifiesta en el odio que seguramente siente contra sí mismo, un odio que lleva a todo lo que toca, en este caso, un odio concentrado que se vuelca contra sus víctimas…