Ávila García, V. (2018). Las mujeres creyentes y el Opus Dei. Identidades en el trabajo mediante la fe. México: Ediciones Eón, UNAM

Fernando González 

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Comienzo este análisis acerca de las mujeres creyentes del Opus Dei en México con una contundente afirmación: en el principio fue el verbo y éste hablaba en masculino. Y su palabra propuso varias cosas; entre otras, las siguientes: que el sacerdote estaba por encima de los fieles de manera inevitable, que estos últimos deberían considerar como un gran honor someterse a los mensajes del primero porque éste representaba el verbo emitido por su dios.

A su vez, porque sus palabras transmitían una verdad incuestionable articulada a una misión que debería expandirla sobre el ancho mundo. Con un plus para las mujeres del Opus Dei denominadas numerarias, me refiero a la satisfacción que les otorga el honor de haber sido elegidas para hacer carne dicha verdad, renunciando a la maternidad, al matrimonio e incluso a su profesión.

Ahora bien, esto que suena tan contundente, en parte resume lo que en el libro que comento, se analiza paso a paso. Y me atrevo a decir que la autora lo hace utilizando un escalpelo. Lo cual, la lleva a confrontar lo que podríamos denominar como la novela institucional de dicha institución siguiendo los avatares de su compleja y contradictoria genealogía.

Veamos algunos de estos avatares. Al observar dicha genealogía surge una serie de interrogaciones, por ejemplo: ¿cómo fue posible que un sacerdote diocesano de provincia haya logrado colarse hasta los estratos más elevados de la jerarquía eclesiástica española y después, de la romana? Pregunta que también se le puede dirigir a una especie de émulo que le siguió la pista diez años después, denominado Marcial Maciel. Émulo ciertamente no total, pero sí, en la manera de constituir un caudillaje, una conformación sectaria, y participar de una ideología, aquella del anticomunismo visceral, cobijado en el paraguas del Nacional Catolicismo Español.

Josemaría Escrivá, cuando todavía no era lo que fue, tuvo un director espiritual jesuita. Pero en cuanto pudo, buscó desmarcarse, y no solo de él sino de la orden religiosa a la que pertenecía. Pero, cuando ya comenzó a ser lo que devendría, tuvo, nos dice la autora, un protector benefactor en el obispo de Madrid – Alcalá, Leopoldo Eijo y Garay. Dicho obispo, al estallar la guerra civil afirma la doctora Ávila, que “permaneció en silencio durante casi un mes [pero] el 15 de agosto de 1936, cuando su silencio no podía ser ya útil a los que se escondían de la persecución religiosa en la capital se adhirió públicamente a los sublevados. Amigo personal de Franco, lo consideró “hombre deparado por Dios para la salvación de España”.1 O sea que el sacerdote Escrivá supo colocarse del lado de los que triunfaron. Lo cual, dado los antecedentes, no era difícil de prever.

Una de las vías elegidas por el aragonés, que en parte responde a la pregunta arriba formulada de cómo logró colarse hasta las cúspides eclesiásticas y de las clases altas, nos la ofrece la autora cuando escribe que pronto encontró resquicios con las damas ricas a “quienes servía en sus tareas asistencialistas”. (p.26) Digamos que, muy pronto, supo sacarle ventaja a ese rol eclesiástico tan preciado por algunos sacerdotes que podríamos denominar sin ironía como aquel de ginecólogo espiritual de señoras con recursos.

Pero no solo utilizó este recurso. La doctora Ávila añade que llamándose en realidad José María Escriba Albás, decidió realizar algunas transformaciones en sus nombres, por ejemplo conjuntándolos. Pero no se detuvo ahí, ya que decidió cambiar la B larga por la corta en su apellido Escrivá y añadirle el de Balaguer. Y además se nos dice que, por un tiempo, obtuvo el Marquesado de Peralta. ¿Por qué esa necesidad de otorgarse un simulacro de nobleza? Se pueden hacer inferencias, pero no queda del todo aclarado.

Ahora bien, como todo fundador de un grupo religioso católico -o cristiano- siguió fielmente el protocolo. El cual, entre otras cosas implica el recibir una inspiración o visión en este caso, en un sitio inspiradoramente correcto como lo fue el templo de los Paúles en Madrid. Porque, de otra manera, se corre el riesgo de ser tildado de loco o incluso, pasar a visitar un manicomio. El resultado de esa visión ocurrida el 2 de octubre de 1928 fue que se encargó de informar a quien quisiera oírlo que nada menos que Dios “le había ordenado organizar a los jóvenes para glorificarlo”. A él, un De Balaguer. Hasta aquí la supuesta orden celestial, era de una amplitud tal que resultaba inespecífica o intercambiable con cualquier sujeto, con intenciones fundacionales.

Pero, en el caso de Josemaría, no fue del todo así. Ya que, si bien no produjo una gran novedad cuando propuso que no se trataba de fundar una orden religiosa más, sino una organización en la cual cada uno sin salirse de su lugar de trabajo ni de su clase social, y menos aún de su papel de género, buscara santificarse en el mundo, combinaba dos elementos que en otras organizaciones católicas permanecían diferenciados o incluso separados. Me refiero que, al pretender renunciar a fundar una orden religiosa, él quedaba directamente como el único superior y asesor de los laicos. Los cuales, deberían vivir en casas especiales, como si fueran una especie de seres mestizos mitad religiosos modelo orden, y mitad laicos, tipo Acción Católica. Pero, diferencia de estos últimos que no vivían de tiempo completo su militancia, los futuros numerarios del Opus Dei, sí.

Digamos que su primera propuesta antes de recibir una segunda “visión” que iba abrirles la organización a las mujeres, pronto se iba a averiguar poco viable si mantenía la propuesta original. Porque se dio cuenta que, si eso prosperaba, alguien tendría un día que sustituirlo si partía del hecho que era mortal. Y entonces como no había abandonado el modelo clerical y paternalista en el que había sido educado, decidió lo obvio, claro después de una tercera visión en 1943, fundar una sociedad religiosa lo más parecido a una orden, a la que bautizó como Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (1944). A la cual, junto con la asociación de laicos, muchos años después, logró singularizar en tiempos de Juan Pablo II bajo el nombre de Prelatura personal de la santa Cruz y Opus Dei.

Para fundar dicha Sociedad tuvo que elegir entre sus discípulos denominados como numerarios, a aquéllos que iban a poder fungir como sacerdotes. Desconozco cómo se dio esta elección, pero se puede inferir que fue muy discrecional. Tampoco sé si fue avalada por una nueva visión con nombres incluidos y si se dieron algunas tensiones, por ello, entre los numerarios que no fueron elegidos para el sacerdocio. En todo caso, a esas alturas, la estructura jerárquica se iba consolidando a marchas forzadas, y más aún, cuando por fin logró instaurarse la parte femenina de las numerarias, en la primera mitad de los cuarenta. Aunque había recibido la visión para que éstas se fundaran, el 14 de febrero de 1930.

Pero, a este tipo de jerarquización tan ortodoxa, se le articuló un modelo patriarcal con un dejo de heterodoxia. Ya que monseñor Escrivá, decidió que en esa gran familia solo iban a existir un Dios, un fundador y padre, como su intérprete autorizado, y sus hijos e hijas. Lo cual implicaba que lo que podría eufemizarse como hermanos y hermanas, debería ser cuidadosamente controlado en sus relaciones transversales. Ya que la separación de sexos entre los numerarios y las numerarias, así como con los sacerdotes de la Santa Cruz debería ser cuidada y respetada al máximo. Pero, es claro que en el caso del Opus Dei no se puede hablar de hermanos sino solo de hijos. La verticalidad prima.

A esta manera de familiarizar las cosas, se le integró a su vez la familia del fundador. Respecto a esta otra “familia” menos espiritualizada, la doctora Virginia Ávila escribe lo siguiente: “A los padres del Fundador los socios de la Obra les llaman “abuelos”; a los dos hermanos, Carmen y Santiago, “tíos”, y a él, “Padre”. Falta la madre”. (p. 47, nota 2). En este caso, a diferencia de lo que decían los romanos: “Pater incertus, mater autem [en cambio] semper certissima”, aquí se produce una inversión de papeles. No así en el caso de los Misioneros del Espíritu Santo que hablan de nuestro Padre y nuestra Madre. Pero, a estas alturas, sabemos lo suficiente de los usos y combinaciones del modelo familiar, en este caso espiritualizado del siglo XVIII, que hacen los fundadores y fundadoras de órdenes religiosas.

Otro de los muchos aspectos que trata el libro tiene que ver con la inserción del Opus Dei, en México a partir de 1949- 50, gracias a unos de los compañeros más cercanos de Escrivá, el sacerdote Pedro Casciaro que, en 1949, inició la misión de propagación y búsqueda de los primeros candidatos. Pronto, lo siguieron tres numerarias españolas como Guadalupe Ortiz Landázuri2, la cual dirigió “la propagación del carisma en México”, con las mujeres. Nos dice la doctora Ávila que el perfil de las que iban a devenir primeras numerarias mexicanas, difiere de aquel de las españolas, ya que, al no tener antecedentes familiares en la Obra como hermanos numerarios, fueron detectadas en la Universidad Nacional Autónoma de México, y más específicamente en la Facultad de Filosofía y Letras y en la Facultad de Química (p.70). Estudiaban, o ya eran pasantes de filosofía, Historia, Literatura. La primera de ellas fue Amparo Arteaga.

Lo llamativo es que estas pioneras mexicanas que habían logrado salirse del modelo de mujeres solo preparadas para madres y amas de casa, estuvieron dispuestas a dejar ese camino, para asumirse como numerarias. Una vez que fueron puestas en antecedentes del modelo institucional de las numerarias, no solo aceptaron salirse de su línea profesional si era necesario, sino que además estuvieron dispuestas a convertirse en una variante de monjas, pero sin ese estatuto formal. Porque en realidad, les ofrecieron que se dedicaran a administrar tanto sus casas, así como aquéllas de los numerarios, con lo cual, iban a reproducir con variantes, lo que hubieran hecho si se hubieran casado con hombres ricos o no solo con ellos. Pero, en este caso, renunciando a la maternidad, y a la profesión. Y, acercándose a las funciones que en una familia burguesa de donde provenían tienen las denominadas “trabajadoras domésticas”.

Pero de nueva cuenta, para el modelo que les fue ofrecido solo fue cuestión de tiempo para que mostrara sus potencialidades virtuales dado el habitus burgués de donde provenían. Y fue así cómo decidieron recurrir a las que nominaron como numerarias auxiliares para las labores del hogar. Y, obviamente, las fueron a contactar, en la clase de donde provienen las trabajadoras domésticas. Con lo cual se dedicaron a ser las administradoras en las instituciones del Opus Dei. Otras, incluso, buscaron expandirse en el periodismo y la moda y, después, a la docencia.

En la medida que la expansión se desplegaba, se instituyeron los llamados supernumerarios éstos sí en el “mundo”. Muchos de ellos, hombres y mujeres de clase alta y políticos, y con ellos la fundación de instituciones tipo IPADE3, colegios y universidades. etc. Se puede decir, que el Opus Dei, junto con los Legionarios de Cristo ofrece el modelo más adecuado para que las clases pudientes se reproduzcan en su máxima zona de confort. La diferencia entre el primero y los Legionarios es que, en el caso de estos últimos, la sexualidad más violenta irrumpió sin cortapisas. En cambio, en el Opus Dei, ésta parece estar domeñada y hasta ahora manejada de manera más discreta.

En fin, quedan muchas cosas por hablar respecto a esta acuciosa investigación, entre otras: tratándose de una investigación acerca de las mujeres creyentes y el Opus Dei, la descripción del asfixiante dispositivo de control de las numerarias, que con algunas variantes reproduce al límite lo que estuvo instituido previo al Concilio Vaticano II, para fomentar la obediencia y la sumisión. Me parece que esto constituye uno de los temas centrales del libro. También, está la explicación que tiene que ver con la secrecía, a la cual la autora alude en diferentes ocasiones y que no parece resumirse solamente, en no querer explicitar que se milita en esta organización. Hay temas que no constituyen parte de los ejes principales de la investigación y que son sugeridos, por ejemplo, las pugnas entre rivales que se dirigen a las mismas clientelas, léase en su momento, el caso de los jesuitas, legionarios o tecos,4 en relación con el Opus Dei, etcétera.

Sin duda, el texto explora con rigor académico, ángulos de esta institución que permiten hacerse una idea más certera de su configuración.

Notes

1 P. 30, nota 8.

2 Beatificada en Mayo de 2018.

3 Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas

4 La sociedad con pretensiones de secreta que se fundó en la ciudad de Guadalajara Jalisco, en los tiempos de la llamada “educación socialista”, 1934-1940. Sociedad auspiciada por exalumnos de los jesuitas y algunos sacerdotes de dicha orden. Dicha sociedad, que se articuló a la primera Universidad privada en México, la Universidad Autónoma de Guadalajara.

Autor(a)
Fernando González
Instituto de Investigaciones SocialesUNAM, Ciudad de México, México
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