Vivimos en la era del retroceso ético tanto en la cultura como en la sociedad. Esta cuestión, por sí sola, ya merece un número en una revista científica. Algunas veces aterrorizados, parece que observamos señales de que la experiencia y la noción del límite se desvanecieron, permitiendo la manifestación de imposturas recrudecidas, agresivas y violentas para resolver las cuestiones de la vida cotidiana de personas, sociedades, culturas y Estados. Nunca fue tan fácil testimoniar, en tiempo real, episodios recurrentes de agresión y violencia, muchas veces justificados por un discurso cuyo contenido puede ser resumido en una palabra: indiferencia. A propósito de la indiferencia, como medida de una parte significativa del ser humano, es necesario señalar que ésta es también una cuestión ética, valiendo la metáfora de Dante, en La Divina Comedia, sobre la glacialidad y frialdad del mal.
De modo especial en el campo de la salud, podemos percibir, de muchas maneras, un movimiento de indiferencia ante las personas que, por envejecimiento, por enfermedad o por exclusión social, pierden su autonomía y utilidad, convirtiéndose en un peso incómodo, siendo dejadas de lado indiferentemente, entregadas a la propia suerte: parece que el ser humano está delegando al azar los cuidados del mismo. A pesar de las posibles y honorables excepciones, este cuadro, que en algunos casos puede tomar matices tétricos y repugnantes, nos parece suficiente para convocar a investigadores, con diferentes perspectivas investigativas, para que contribuyan en la publicación del cuarto número de Trayectorias Humanas Trascontinentales sobre el tema ÉTICA Y SALUD, para discutir la inextricable relación entre ambas.